Gastón Ramírez Cuevas.- México. Cuarta novillada de la temporada de la Plaza de toros Antonio Velázquez del restaurante Arroyo

Novillos: cuatro de Caparica, ganadería michoacana que lidiaba por primera vez en su historia. Desiguales en cuanto a presencia, pero de excelente juego, siendo todos fuertemente ovacionados en el arrastre. Al que cerró plaza le fue concedida la vuelta al ruedo.
Novilleros: Fernando Alzate, mató de tres pinchazos y entera: vuelta. Carlos Rodríguez, media estocada trasera y tres golpes de descabello; le tocaron un aviso y dio la vuelta al anillo. Paulo Campero, despachó al tercero de lamentable bajonazo, pero le fue concedida una oreja. Óscar Amador, gran estocada que hizo rodar al toro sin puntilla, cortó dos orejas.

El toreo es muchas cosas: grandeza, afición, técnica, valor, etc. Pero el toreo impactante, honrado, emocionante, no puede darse sin ilusión. La tarde de hoy será recordada con mucho agrado por los aficionados, pues un torero de Tlaxcala (la tierra de Dios y de María Santísima), nos recordó que todavía hay muchachos que son capaces de emocionar al público y de provocar el grito de: ¡Torero, torero!

A Óscar le tocó vérselas con el último novillo del festejo, el más hecho de todo el encierro. El de Caparica tuvo nobleza y recorrido, pero no era tonto. En suma, un animal que necesitaba que lo toreasen con decisión y empaque. Desde que Amador quitó por saltilleras, quedó claro que por valor y gusto no iba a parar la cosa. Tomó los palos y cubrió el tercio con más entrega que éxito.
Pero lo mejor estaba por llegar. Inició la faena con un escalofriante muletazo que podríamos denominar el cartucho de pescao cambiado por la espalda. Pese a estar algo atravesado en ocasiones, Óscar logró muletazos de gran dimensión y temple tanto al derechazo como al natural. Los forzados de pecho y los muletazos de trinchera fueron enormes. La actitud del joven tlaxcalteca, quien por cierto era la primera vez que se vestía de torero y actuaba en público, convirtió a la plaza en un verdadero manicomio.

Remató su trasteo con unas joselillinas capaces de pegarle un susto al miedo. De hecho, en una de ellas el cornúpeta lo prendió de muy fea manera, pero ya nada podía interponerse entre el debutante y el triunfo. Se tiró a matar como un león y el burel rodó como una pelota. Dos orejas, tres vueltas al ruedo (un par de ellas con los ganaderos y el empresario) y la salida a hombros, dan una clara idea del fervor popular.

Hay pocas cosas más grandes en la Fiesta que ver a un novillero jugarse la vida con una sonrisa para crear una obra de arte, transmitiendo la sensación de que está viviendo el sueño más espléndido del mundo.

El resto del festejo también tuvo cosas muy interesantes. En el que abrió plaza, un novillito berreón pero encastado en bravo, el excelente novillero colombiano Fernando Alzate tuvo una gran actuación. Todo lo hizo muy bien, con gracia, valor y oficio. Con el capote recibió al torito con dos medias largas de rodillas para después estirarse con temple a la verónica. Llevó al toro al caballo por tapatías y quitó por tafalleras. Comenzó a torear de muleta por sensacionales derechazos de rodillas. Tocando muy bien al de Caparica, templó y mandó por ambos perfiles, aguantando una barbaridad y toreando con un ritmo envidiable.

Inexplicablemente, el público estuvo frío con el muchacho de Bogotá, quien después de echar mano de todo el repertorio, se vio obligado a buscarse la maroma en un final de faena más bien tremendista. No dudo que de haber matado bien y a la primera, se le hubiera concedido por lo menos un apéndice, pero el novillo se le hizo de hueso y todo quedó en una inobjetable vuelta al ruedo.

A continuación vimos a Carlos Rodríguez, quien el sábado pasado había toreado como los ángeles al natural. Justificándose al ser repetido por Pepe Arroyo, el muchacho de la escuela taurina de Guadalajara mostró avances tanto con el capote como con la muleta en la mano derecha. Le tocó en suerte otro novillo encastado, pero ahora en manso, que no obstante tuvo nobleza y dejaba estar, aunque no duró mucho.

Lo más impresionante fue ver a Carlos realizar otra vez el milagro del toreo al natural. Aunque suene exagerado, afirmo que no se puede torear mejor con la zurda, punto. El jalisciense es un mago con la franela en la zocata: para, tiempla, manda, carga la suerte, se pasa al toro muy cerca, liga los muletazos, los remata atrás de la cadera, en fin, lo que usted guste y mande.

Un par de buenas tandas con la derecha y el colofón de armoniosas manoletinas tenían a la afición cruzando los dedos para que Rodríguez matara con acierto. Desgraciadamente, en este peliagudo asunto de la suerte suprema no ha habido progreso alguno, lo cual es una verdadera pena. El público le aplaudió con mucha fuerza mientras daba su primera vuelta al ruedo en la Antonio Velázquez.

El tercer debutante de la tarde, si contamos a los señores ganaderos y a Óscar Amador, se llama Paulo Campero. Ante un toro alegre y de buen estilo, Campero estuvo variadísimo. En los dos primeros tercios hubo lances y una gran media verónica rodilla en tierra, suaves gaoneras y voluntariosos pares de banderillas.
Con la muleta y al más puro estilo de César Jiménez, pegó derechazos de hinojos como preámbulo a una faena abigarrada, en donde a los muletazos les faltó ligazón y también limpieza. Los momentos más toreros se los vimos antes de tirarse a matar, pues el novillero capitalino se arrimó en serio toreando de costado, instrumentando muletazos de vuelta entera que se asemejaron al circurret, doblándose con el animal, pegando elegantes desdenes y firmazos, etc. Mató francamente mal, pues la espada cayó dos kilómetros más abajo del llamado rincón de Ordóñez. Sin embargo, hubo fuerte petición de oreja y esta fue concedida.

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