Luis Carlos Peris.– Tañía a duelo la campana de la parroquia y el personal iba llegando a cuentagotas sin que se oyera el vuelo de una mosca. Ni siquiera las chicharras osaban romper el silencio y eso que el calor las impelía a interpretar lo que podría denominarse banda sonora de la calor. Estábamos en el corazón del Aljarafe, a un paso mismo de la cornisa y habíamos acudido a la cita con la muerte de un amigo de toda la vida. La espera se mataba con el saludo a gente amiga o sólo conocida para intercambiar unos breves recordatorios del finado. Tenía el entierro de Finito de Triana el triste encanto de cuanto protagoniza la gente del toro, esa clase tan educada, tan fiel al compromiso y tan cumplidora. Mientras, la campana mayor de la parroquia, la única que acoge el campanario, seguía doblando a muerto y a cada encuentro el recuerdo de un torerazo que, además, era amigo.

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