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Javier Jiménez (Foto: Arjona)

Álvaro Pastor Torres.- El día que debutó en Sevilla Martín Pareja Obregón –abril de 1989, con Espartaco Chico y Julito Aparicio en el cartel-, y puso la plaza bocabajo, primero toreando a la verónica, y después con ese peculiar estilo de sacar al utrero de Juan Pedro desde el tercio hasta la boca de riego, el recordado Manolo Ramírez escribió una crónica en forma de carta al inimitable, único y genial Juan de Dios Pareja Obregón, padre del novillero, que a la misma hora del festejo andaba por esa marisma tan suya, tan de los Concha y Sierra, camino de la ermita de la Virgen del Rocío.

Permíteme, prima María Fernanda, que te cuente cómo ha estado tu hijo Javier el día de su alternativa, pues creo a esa hora estabas entre los franciscanos muros encalados del Loreto, donde reina la que es patrona del Aljarafe, tierra de gente hacendosa y formal, de olivos y buen mosto antes que de casas pareadas. Porque otro Torres ha pisado hoy la plaza de Sevilla y hasta ha tomado –con éxito- la alternativa en ella: Javier Jiménez Avecilla Rodríguez y Torres, de los Torres de Paradas, la rama taurina fundada en ese pueblo de la Campiña sevillana por Antonio Torres Palma, un chaval rubio de ojos claros que actuó en la vieja plaza madrileña de la carretera de Aragón una noche de verano de 1924 -con el loreño Rubichi, además de Llapisera, Charlot y El Botones que abrían cartel con un número del incipiente toreo bufo-, y al que le salió un hijo torero, Manolo Torres Cansino, debutante en Sevilla allá por diciembre del 51. Un novillero de finas maneras como atestiguan las viejas fotos de Arjona y Serrano que terminó siendo figura… de la cirugía torácica.

Y aunque te habrán llegado por modernas vías todo tipo de privados, tuiteos, guasapeos y demás males del siglo en curso, déjame que te cuente lo que yo vi, porque entre primos no vale la buenaventura, la que le quería leer una gitana con romero a tu Javier ayer mismo, después del sorteo, en la esquina de la Puerta del Arenal. Venía vestido de blanco y oro, como el vino nuevo que da el Aljarafe. Le tocó, o le dejaron para la alternativa como es tradición, el toro más bonito, un dije, que ahora le llaman tacazo; el lenguaje va también cuesta abajo. Largo párrafo de Ponce en la cesión de trastos. Brindis emocionado a tu marido. Nervios contenidos en el toricantano con un respetable cariñoso pero frío, como es costumbre en el primero. Trasteo muy  decoroso y ovación desde el tercio.

Después de tremenda espera, en la que poco pasó por culpa de unos juampedritos descastados con los que se simuló la suerte de varas, un Ponce tirando líneas -y casi siempre para afuera-, y un Cid aliñado con unas antiestéticas tiras terapéuticas en la mano -¿las hay también para curar el alma y la desazón?-, espera aumentada por la devolución del sexto, brilló Javier con capote y muleta, sacó su garra y mostró un toreo garboso, decidido y en ocasiones hasta pinturero que le valió una justa oreja. Cuando daba en triunfo la vuelta al ruedo el sol caía ya tras los blancos muros del Loreto donde una madre rezaba por su hijo torero

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