Dos orejas muy cariñosas para Enrique Ponce, una tras un bajonazo a Perera y una mala corrida de Parladé fueron los argumentos un pobre festejo en la quinta de la Feria de Córdoba

Parladé / Enrique Ponce, Miguel Ángel Perera y Alejandro Talavante

Plaza de Córdoba, 28 de mayo. 5ª de Feria. Tres cuartos de plaza. Seis toros de Parladé, desiguales de presencia y muy bajos de casta. Mejores, primero y quinto.

Enrique Ponce, de grana y oro, estocada (una oreja). Media estocada (una oreja).
Miguel Ángel Perera, de verde y oro, estocada trasera y baja (saludos). Bajonazo (una oreja).
Alejandro Talavante, de caña y oro, media atravesada y descabello (silencio). Pinchazo y estocada (silencio).
Saludaron en banderillas Joselito Gutiérrez y Guillermo Barbero.

Carlos Crivell.- Córdoba

La corrida de Parladé se coló en la feria cordobesa y se lidió, aunque su presencia y sus hechuras no eran para una plaza de primera. En la cuesta abajo de la decadencia, pasan toros como el segundo y el tercero, escuálidos y raquíticos. Nadie levanta la voz, todo vale. Si la corrida de Parladé hubiera exhibido raza y movilidad, ese problema se podría incluso soslayar, pero es que el ganado de Parladé fue la mínima expresión de lo que debe tener un toro bravo, aunque la nobleza bobalicona de alguno puede que deje muy contento a sus criadores.

Todo el festejo se desarrolló bajo parámetros de mínima calidad. Las orejas que pasearon los espadas llegaron como consecuencia de la fiebre de trofeos que tienen los públicos. El toreo de capa ortodoxo, la verónica, apenas existió. Ponce dibujó alguna al primero pasándose el toro a dos metros. Perera quitó por el lance más feo que se instrumenta, la tafallera. En cambio, arriesgó en unas gaoneras apretadas muy emotivas.

Los toros casi no se picaron. El lote de Perera pasó por el caballo de forma simbólica en sus dos entradas. La lidia de algunos mansos, como los que le cayeron en mala suerte a Talavante, fue engorrosa y atropellada.

Enrique Ponce cortó dos orejas. En Córdoba se le quiere mucho. El veterano matador realizó lo mejor del festejo en una tanda ligada de mano baja cuando ya habían pasado siete minutos desde que comenzó a torear con la muleta. La tanda fue enorme por el mando y la ligazón. Antes y después, infinidad de pases de uno en uno, muy templados y a una considerable distancia del toro de Parladé. El animal derrochó nobleza y alguna culpa pudo tener el maestro. Sin embargo, como acostumbra, se pasó de metraje sin que el palco se lo tuviera en cuenta.

Otra oreja ante el cuarto, aunque ahora apareció el torero inteligente que dominó los tiempos y los terrenos. El toro quería distancia y pocos agobios. Ponce se lo ofreció en una labor de intermitencias, con algunos muletazos más redondos y ajustados. Estuvo ahora por encima del animal en otra faena de dimensiones especiales. La oreja, muy cariñosa, tenía algo más de fundamento que la primera. Lo único llamativo fue la puesta en escena, muy gesticulante con el respetable, que no es la apropiada para una figura

Perera cortó una oreja al quinto por una faena de temple al principio, cercanías al final y un soberano bajonazo. En Córdoba no importan los bajonazos. Perera estuvo valentón, aunque no fue ni por asomo el torero que pude ver en Jerez. Con el primero de su lote, de una falta de casta alarmante, su labor fue simplemente tenaz, para acabar con su clásico arrimón que tenía menos sentido porque no había estado precedido de un toreo de cierta calidad.

Lo peor de la corrida se lo llevó Talavante. El tercero, chico y feo, se soldó al albero y no embistió. Lo habían lidiado de pena. Talavante anduvo por allí sin poder sacar nada en claro. El sexto no le ayudó tampoco. Ni tenía casta ni fuerzas. El extremeño muleteó entre enganchones, lo que acrecentó los problemas del toro.

En definitiva, una tanda enorme de Ponce en una corrida sin fondo, en la que todo estuvo cogido con alfileres. Fue una corrida de segunda en una plaza de primera.