Enrique Marín.– En esto de los toros están los que saben, los que saben mucho y por ahí perdidos estamos los ciegos, los que no solo no sabemos, sino que ni tan siquiera podemos ver. ¿Hay mayor castigo que el no poder ver las maravillas de la tauromaquia? Pues sí, que además te lo cuenten los de los micrófonos de Ce más. Pero será que la ceguera nos ha hecho desarrollar más otros sentidos, que percibimos o adivinamos contradicciones que no nos podemos explicar. Que yo ya no me atrevo a cuestionar el gran momento de todo esto, pues oyendo a los “entendidos” cualquiera se atreve, pero lo que no pueden evitar es que haya cosas que no me cuadren.
Cuando todo va bien… o mejor, resulta que las plazas son una muestra de cementos de todas clases y colores. En Madrid se llenó el día de estreno de temporada, pero tras un esfuerzo ímprobo de los organizadores para que aquello se llenara, aunque fuera comprando entradas a miles y fletando caravanas de entusiastas camino de la capital. El resultado ya sabemos cuál fue, aunque siempre los hay que no se atreven a poner un pero, por muy pequeñito que sea, cuando un matador se encierra con seis toros. No importa que a partir del cuarto toro ya se viera sobrepasado y más perdido que el Cholo por Concha Espina.
Cuando todo va bien… o mejor, la monotonía, la uniformidad y el aburrimiento se han enseñoreado de la Fiesta y solo a fuerza de ensalzar los grandes logros de los maestros en plazas de segunda y tercera logran mantener ese frágil nivel de entusiasmo que tanto idolatran. Y si hay una actuación que genere admiración y respeto por parte del aficionado, es lo de Escribano ante lo de Miura, un hierro de esos que no te permiten componer, ni expresar, ni cantar una jota en su cara.
Cuando todo va bien… o mejor, aún se sigue esperando que un torero retirado, José Tomás, vuelva a la actividad regular haciendo temporada, porque tres tardes por año no se puede considerar estar activo. Que salir en Nochevieja y el día del cumpleaños de la novia y volver de madrugada no se puede considerar una vida de crápula calavera y sátiro, ni aunque se vuelva achispado por dos cervezas y un mojito.
Cuando todo va bien… o mejor, la presencia en los medios de comunicación es cada vez más raquítica y famélica, casi se reduce a cuestiones testimoniales. Resulta casi imposible encontrar una crónica taurina en los periódicos de gran tirada y lo que sale no permite ni mucho menos poder seguir la actualidad y el transcurrir de una temporada. Desaparecen programas de radio y el que para muchos era el emblema del taurinismo en las ondas lo traspasan a las dos y media de la madrugada de los domingos, poniéndolo detrás de un programa de sexo. El que vaya más tarde ya complica la cosa, pero después de oír hablar de coitos, vibradores, cremas, geles y puntos erógenos, ¿qué mortal es capaz de aguantar el tipo con mediana compostura. Si acaso se invirtiera el orden, igual hasta crecía el número de aficionados, pero así, así no hay manera. Que cualquier día van a pillar a más de un redactor en el baño con el programa ya empezado, intentando rebajar tensiones.
Cuando todo va bien… o mejor, ¿por qué cuesta tanto convencer a la gente precisamente de eso, de que todo va bien… o mejor? Los taurinos tienen que hacer verdaderos esfuerzos para conseguir que el aficionado crea, porque ver no lo puede ver, que disfrutamos de un momento privilegiado en todos los sentidos, los mejores matadores, los mejores toros, el arte más grandioso, la casta más encastada, los indultos por docenas, los trofeos por centenas y el éxtasis a paladas. Que sí, señores que sí, que no hay nada igual en el mundo, ni lo ha habido, pero los hay que no son capaces de vislumbrar esos señales enviadas por el cielo, precisamente ahora, Cuando todo va bien… o mejor.
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