Alvaro Pastor2011Álvaro Pastor Torres.- En Sevilla hay varias locuciones y metáforas que definen a la perfección un lapso de tiempo muy prolongado. La más utilizada es aquella de “esto va a durar más que la obra de la Catedral”. Algo más irreverente, y por tanto no apta para meapilas varios y decantadores de agua bendita, es una genial comparación al inicio de un chiste del recordado Paco Gandía: “ese hombre que llevaba más tiempo sentado que la Virgen de los Reyes”. Solo los iniciados en la materia semanasantera que peinen algunas o muchas canas –eso ya depende de la genética y los disgustos recibidos- podrán descifrar aquello tan rancio de “tienes más años que el cartel de Local destinado para capilla del Cristo de Burgos”, en recuerdo del que colgó tantos lustros del viejo convento de trinitarios descalzos, en un ángulo de la muy romántica plaza de Argüelles. Ahora podemos añadir otra expresión de génesis taurina: “vas a tardar más que Daniel Ruiz en lidiar una corrida completa en la plaza de Sevilla”. Porque desde in illo tempore el ganadero manchego no logra colar más de cuatro toros en un festejo, todo sea por salvar el artículo 70.4 del Reglamento de Espectáculos Taurinos de Andalucía que posibilita de la devolución íntegra del precio de la entrada si se lidian solo la mitad de toros del hierro anunciado.

Aunque para las cuatro birrias que generosamente pasaron el reconocimiento mejor que se hubieran quedado en su Albacete natal, con todas sus castas de mansedumbre, nula raza, falta de trapío y sosería. Al final solo murieron dos del hierro titular en el ruedo, pues uno se fue para atrás por inválido y otro tuvo el buen detalle de partirse un pitón por la cepa. Si un ganadero no tiene a principios de temporada seis toros para Sevilla, después de haberse dejado anunciar, o es rematadamente malo… o no le pagan bien el género, vaya usted a saber. Los remiendos de Fuente Ymbro, mansos hasta la desesperación, al menos estaban mejor presentados.

La cosa empezó mal, con un conato de escándalo público ante la pequeñez del primero, un bicho que solo tenía de toro la edad –y por un mes-, anovillado, sin remate y sin presencia, no ya plaza, que es otra cosa más seria. Todo el coso –no solo este rincón- se puso a corear a voz en grito ¡toro, toro!

Y la cosa acabó peor, con la cogida de David Galván, el único de los coletudos que mostró un cierto interés por justificar el sueldo –ignoro si mucho o si poco aunque me puedo hacer una idea-, y que persiguió por las tablas de casi media plaza, y varias veces, al manso tercero que huía de su misma sombra. En el sexto volvió a pisar terrenos comprometidos y otro manso le echó mano de forma certera. Un sartenazo en la barriga recetado por el mexicano Adame, en funciones de director de lidia, finiquitó una tarde llena de despropósitos, lidias cercanas a la capea, muchos pases por alto y un cabreo generalizado del tercio largo de entrada que había por la sensación de timo. Con esto no hace falta llamar a los supuestos ecologistas para rematar la fiesta, las gentes del toro, en connivencia con la autoridad, le van a dar la puntilla. El que tenga oídos, que escuche.