Antonio Lorca.- ¡Qué grandeza la de estos hombres que se visten de luces! Pues no que va Dávila Miura, retirado de los ruedos desde 2006, y dice: ¡la ganadería de mi familia cumple 50 años en la Feria de Toro; pues a ver si soy capaz de lidiar la corrida de mis tíos en Pamplona! Y se presenta aquí como si tal cosa, como si toreara todos los días, y deja en el ruedo la impronta de una dignísima torería. ¡Qué grandeza la de estos hombres! Ya había probado la misma medicina el año pasado en la Feria de Abril con motivo del 75 aniversario del hierro miureño en la Maestranza y la experiencia resultó altamente positiva.
Es verdad que le tocó en suerte el mejor lote. Toros grandes, largos como trenes, pero nobles los dos y de recorrido constante y largo, sobre todo el primero. A Dávila le falta, como es lógico, la experiencia que da torear con frecuencia, pero tiene casta de torero grande, muy toreado en el campo, y con una fe inquebrantable en sí mismo. La gesta le salió casi redonda. Cortó una oreja a su primer toro, muy noble y con muy escasas fuerzas, y lo trasteó con largura por ambas manos. No desentonó en ningún momento y se ganó el respeto y la admiración de la plaza. Mató de una buena estocada y paseó una merecida oreja.
Un buen susto se llevó ante el cuarto, noble también pero miura siempre, que en un tornillazo le rajó el chaleco y lo dejó con cara de preocupación, No era para menos. Aún así, no se arredró y trazó naturales de mucha enjundia antes de matarlo de dificultad, lo que le impidió cumplir el sueño de una posible puerta grande, que hubiera sido la rúbrica perfecta a su heroica reaparición.
Grande Rafaelillo, todo corazón. Se enfrentó a un lote impropio para el toreo, pero este hombre es otro héroe que toma aire en las dificultades y se entretiene en dar lecciones de dignidad torera. El primero era de peligro inminente, un toro antiguo, que repartía tornillazos con cada embestida, una alimaña, y por allí anduvo el torero con la fortaleza de los de otra época. El cuarto se dio un topetazo contra un burladero en el inicio de la faena de muleta y quedó conmocionado, lo que no evitó otra labor valerosa de Rafaelillo, que se hincó de rodillas en un par de ocasiones para torearlo por alto en el curso de una labor afanosa y muy decidida. Mató de una estocada baja y la sombra pidió con fuerza la oreja. El presidente, concejal de Bildu, miró a las peñas, que estaban a lo suyo, y no la concedió, lo que le granjeó una sonora bronca.
Castaño entró en sustitución del lesionado Manuel Escribano y se justificó sobradamente. Un inválido total fue el tercero, y el torero, en una labor de menos a más, le robó muletazos muy estimables. Tampoco le concedió el presidente la oreja que pidió la sombra. Banderilleó con brillantez Fernando Sánchez al sexto, y su matador volvió a justificarse sobradamente ante un toro muy deslucido.
FICHA DEL FESTEJO:
Seis toros de Miura, que arrojaron en la báscula una media de más de 600 kilos. En cuanto a físico, fueron aparatosos de pitones, altos, largos y vareados de carnes. Pero a la mayoría de los ejemplares les faltaron raza y/o fuerzas en su deslucido juego, salvo al manejable quinto y al áspero y complicado sexto.
Rafaelillo, de añil y oro: estocada contraria atravesada (ovación); estocada caída (vuelta al ruedo tras petición).
Dávila Miura, de azul marino y oro: estocada (oreja); pinchazo, pinchazo hondo y descabello (ovación).
Javier Castaño, de nazareno y oro, que sustituía a Manuel Escribano: estocada y descabello (vuelta al ruedo tras petición de oreja y aviso); estocada tendida atravesada y descabello (silencio).
Entre las cuadrillas, destacaron Joselito Rus, en la brega, y Fernando Sánchez, que saludó tras banderillear al sexto.
Décimo y último festejo de la feria de San Fermín, con lleno total en los tendidos en tarde fresca y con algunas rachas de viento.