Ángel Luis Lorenzo.– “En el Verbo hay tres personas, la Trinidad. Yo, tú, él, el resto son sus plurales. Mi yo, es mío, tu yo, es tuyo, su yo, es suyo. No son tres yo es, es un solo. Ese juego de dialéctica trinitaria es muy similar al del Padre, el Hijo y al Espíritu Santo” “Nada es gratuito. En fin, para mí es un gran misterio que no puedo liquidar diciendo Dios no existe. No lo se…” (Luis Eduardo Aute, pintor de derechazos y largas cambiadas con sus canciones)

El invierno dice adiós a las desnudas ramas para gozar de la sombra, único refugio cuando el sol, que regala esta ciudad, aprieta. Cada primavera abría sus puertas, junto al Arenal y la Piedad del Baratillo. Ella aguarda ahora, impaciente, como el día de la alternativa en los nuevos matadores a que llegue septiembre. ¡Qué bonito, cuando te esperan de esa forma! Lo mismo que esperan los micrófonos de la cadena Cope en “tardes de toros” a coser crónicas todo lo que está por venir.

Es Martes Santo. Toda la tradición de riquezas que tiene la Semana Santa, las visitas a los templos, las bullas…quedan confinadas en el interior de las casas, donde siguen tomando valor los balcones. Espacios que no pierden cotización, tras el decreto gubernamental de no salir de casa (que hermoso sería poder estar en una de esas casas de la calle Adriano, para sin salir de ellas, poder acceder al “círculo inquietante y anacrónico” (Aquilino Duque dixit), que es la Real Maestral, y poder contemplar como es, un abril sin toros en Sevilla. Algo así, como que Sevilla no se vistiera de luces con Pepe Luis Vázquez. (“Y Sevilla se vistió de luces” Crivell dixit).

La situación no es cómoda, el futuro inmediato no es muy alentador, pero la lucha del campo en el presente es de alabar, así como la de todos los sanitarios. Labor, esta última, agradecida con un comunicado de la Empresa Pagés hace muy poco.(la tarea desde el mundo del toro para combatir la pandemia ha sido grande; pero eso, ya es otra cuestión a tratar con otro trincherazo)

El coronavirus ha golpeado fuerte a todos los sectores del territorio  español. También al mundo del campo y en especial a los ganaderos, toreros y familiares. A ello se suma, muertes repentinas como la del ganadero Joaquín Barral, recogida por Carlos Crivell en la columna de la revista Aplausos: El óbito se ha producido en su finca El Chaparral, en el término sevillano de Las Pajanosas”. Latidos, que dejan de sonar en el corazón de la vida del campo, despoblado por tantos avatares.

Divisa negra con aplausos desde el tendido al cielo, para los ganaderos fallecidos que honran al sector del campo, pilar fundamental que sigue en pie erguido, a pesar del Goliat de la pandemia. Frente a su situación de crisis previas y limitación de movimientos, no dejan de apoyar a la sociedad. Así están los ganaderos, bajo la lluvia intermitente de este mes de abril, a solas con sus vidas entre cielos (de corridas y ferias por venir) e infiernos (que ahogan y maniatan).

Algunos de ellos ya nos han dejado. El ganadero emérito de Pamplona, Francisco de Borja Domecq Solís, uno de los grandes criadores de bravo de los últimos tiempos, lo hacía muy cerca de donde se escribe este artículo de opinión: Mérida (Badajoz) a causa del coronavirus, a la edad de 75 años. La bravura de sus exitosos jandillas, apreciada por todos los aficionados de España y Francia, no pudo con la enfermedad.

Esa enfermedad que mete en chiquero, la planificación a una temporada, conduciéndola a la última frontera del campo y su labor. Hay tristeza y niebla en el apellido Domecq; pero su profesionalidad pasará por nuestros recuerdos para siempre. Luces brillantes de sabiduría ganadera en la madrugada de nuestro pobre conocimiento.

El taurino salmantino Vicente de la Calle  también fallecía como consecuencia de una larga enfermedad agravada por el Covid-19. Hombre muy querido en toda Salamanca, icono de una época romántica del toreo. Un gladiador en la Glorieta, que a golpe de trabajo callado en el campo honra a la tauromaquia, creciendo su amor  por el toro en épocas no menos complejas que estas, en los largos inviernos fríos del campo salmantino.

El matador de toros Manolo Navarro  fallecido el dia 1 de abril en el Hospital Puerta de Hierro de Madrid, víctima de una neumonía que se complicó a causa del coronavirus. Crespón negro para el decano de los toreos, tras el fallecimiento del cacereño Angelete en 2018. Longevidad en sus lances, guardadas en las trayectorias de sus  particularidades y méritos de los que fueron grandes intérpretes.

Emilio Escobar,  tío de Julián López “El Juli”, Antonio González Carmona con apenas medio pulmón, a golpe de paracetamol para ser atendido.…. Tantos que han llenado de divisas negras el mundo del toreo. Luto en el albero y en las ganaderías, en todos los profesionales nombrados y, de todos los que calladamente en silencio nos dejan, emprendiendo el camino hacia faenas de eternidad.

Se apaga la luz del sol  en el atardecer del campo, el ruido de los tractores echando de comer a la camada cesa, el de los toros para ser conducidos a los lugares deseados a penas se escucha. Ya sus almas se sientan en las sombras, prenden una luz de Vida, tallan sus tientas en el cielo, construyen sus fincas sin límites terrenales. Todo es igual y todo es diferente. Pero ellos ya no están. DEP.

(+) La fotografía que ilustra este evocador artículo de Ángel Luis Lorenzo es de la Piedad del Baratillo, que hoy no saldrá por las calles de Sevilla, aunque estará presente en nuestros corazones.

 

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