Antonio LorcaAntonio Lorca.- No es fácil que un boxeador noqueado se recupere y llegue a levantar los brazos en señal de triunfo. La Maestranza cerró sus puertas el martes hundida sobre la lona, con los pajaritos y las estrellitas revoloteando sobre su cabeza. Ayer volvió sobre sí misma, después de veinticuatro horas recibiendo cuidados intensivos en un rincón, pero no hay visos de que pueda ganar la dificultosa pelea en la que se ha convertido esta Feria de Abril de 2014.

 
De momento, los problemas comenzaron en los corrales. Hasta catorce toros de Garcigrande reconocieron los veterinarios para elegir cinco de feas hechuras y de muy escaso trapío. Si a estas alturas de la película un criador de postín no sabe el tipo de toro que debe traer a Sevilla, una de dos: o es un pésimo ganadero o no le tiene respeto alguno a esta plaza. Cualquiera sabe…
 
Comenzó una nueva corrida, una nueva terna, pero el mismo mal fario del primer día. He aquí materia de estudio: cómo un cuerpo humano es capaz de aguantar casi dos horas y media de aburrimiento profundo, cuando no enfado y dolor en lo más íntimo, y no morir en el intento. Y aún peor: recuperado el aliento, creer, ingenuamente, que mañana será posible el milagro.
 
La corrida no tuvo clase alguna. Algunos toros cumplieron en los caballos, y el sexto apretó en el peto, pero toda ella se paró en banderillas y llegó al tercio final con movilidad perruna, con medio recorrido, fijeza a medias y sosería a borbotones.
 
Así fue toda, menos el lote que le tocó a Manuel Jesús El Cid. Su primero, que era el remiendo de Jandilla, se movió en la muleta con codicia y nobleza el tiempo suficiente para cortarle las orejas, Pero Manuel Jesús venía a dar pases y no a torear, y dio una manta de derechazos que a estas alturas se cuentan por cientos. Y todo ello, acelerado, despegado, fuera de cacho, sin gusto ni gracia. Si es verdad que cuando el torero torea, manda, El Cid no mandó nada. Se limitó a dar pases y olvidó que la torería es cosa muy distinta.
 
Pero es que al rajado cuarto consiguió encelarlo en la muleta para ofrecer otra lección de cómo las prisas no son buenas, y lo toreó de manera vulgar y destemplada. Esta vez dio la vuelta al ruedo tras una leve petición. ¡No es eso, no es eso, torero, y mucho menos en quien ha sido catedrático por todos reconocido!
 
Daniel Luque y Arturo Saldívar dieron todo lo que llevan dentro, y supo a poco, bien es verdad, también, por la escasa colaboración de sus oponentes.
 
Luque es valeroso y suple con gallardía los defectos de los toros. Su primero, que era carne fofa y cadavérica, pura basura, le permitió dar muchos trapazos insufribles, y a punto estuvo de proporcionarle un disgusto, pues el torero se hizo un lío con la muleta, cayó en la cara del toro y recibió un puntazo superficial en el muslo derecho. Afanoso, como siempre, volvió a mostrarse en el quinto, otro bodrio.
 
Y Saldívar pasó por Sevilla como vino; es decir, que no ha dejado recado alguno. Bueno, es valiente, pero también un consumado pegapases con lo joven que es. Se quedó quieto ante su primero, un animal muy descastado, y no dijo nada. En el sexto, estuvo a punto de matar de aburrimiento al respetable en su totalidad. Eran ya las nueve menos cuarto de la noche, mientras Arturo Saldívar seguía dando pases insulsos y las asistencias no daban abasto para repartir oxígeno entre los moribundos espectadores. ¡Un horror…!
 
Por cierto, la Maestranza sigue con la mirada perdida y las posibilidades de que se recupere son remotas. La pelea está siendo muy dura y los ánimos están muy abandonados. Quedan cuatro corridas y la imperiosa necesidad de que suceda algo que permita recuperar el alicaído espíritu. Lo de este año es insoportable. Ayer, otra vez ladrillos vistos en los tendidos; una ofensa para esta histórica plaza.
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