Peris2Luis Carlos Peris.- VIENDO la otra tarde cómo volaba el capote de Morante bajo el cielo azul de Valencia se me venían a la memoria otros revuelos parecidos. Parecidos pero no iguales y recordaba aquel capote grande en que las palmas de las manos se daban de cara con el toro del que quizá haya sido el mejor de cuantos vi vestido de seda y oro. Aquel capote poderosísimo y mayestático de Antonio Ordóñez sólo se parecía al de Morante en su excelsitud, como el de Curro o el de Paula. El del Faraón, casi cogido por la esclavina, era como el apéndice del cuerpo más torero que dio el toreo. O el de Paula, desmayado y como cayendo a plomo acompañando la verticalidad arrebatada del gitano. Capotes que se hayan quedado en el más profundo arcano de la memoria no hay tantos y ahora que tenemos la fortuna de disfrutar del de Morante van quedando aún menos, bastantes menos.

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