José Luis Garrido Bustamante.- Ni el hábito hace al monje ni el trapío al toro bravo. El trapío, como saben los aficionados a la Fiesta, es la presencia, el tipo, las hechuras, la apariencia exterior de ese animal bello y personalísimo que es el toro bravo.

En el trapío entran sus formas, su envergadura… la cara, los pitones… y hasta su expresión. El toro bien hecho, dicen los que saben de estas cosas, tiene que embestir. Pero luego sale a la plaza y no embiste. O empieza con furia desarrollando una bravura aparente que, de inmediato, se rompe en el caballo del que huye cuando se entera del hierro agresivo que maneja el picador. Y entonces se resume su comportamiento aseverando que no tiene bravura, sino genio.

Muchos toros con genio están saltando a la arena de la plaza de las Ventas de Madrid en este ciclo isidril que se celebra estos días. Algunos pertenecientes a ganaderías menos encumbradas que son criticados por los expertos sin compasión. Otros, procedentes de vacadas de las que son propietarios relevantes hombres taurinos, introducidos en la cúpula del negocio, de los que resulta delicado decir esa verdad ostensible que, ajena a componendas, muestra despiadadamente la televisión: Que no sirven, que son mansos disfrazados de toros bravos, que hunden las ilusiones, los propósitos y hasta las necesidades acuciantes de los toreros… y que, en resumen, resultan una engañifa para el honrado espectador que da de cara en la taquilla.

Los toros no sufren el mayor deterioro originado por los antitaurinos, sino por todos aquellos que erosionan el espectáculo desde dentro.

Estamos terminando con los encastes tradicionales. La transmisión de la sangre brava se ha cercenado hasta el punto de perderse en los recovecos de la historia. Procedencias tan serias como la de la casta vazqueña se han difuminado tanto en los imparables cruces que resulta imposible detectar sus huellas. Todo ha quedado reducido al encaste Domecq y al encaste Núñez, con las plausibles excepciones conocidas y la secuencia en la plaza ha cambiado.

En un documental difundido recientemente el poderoso Domingo Ortega tenía que ser protegido durante la faena de muleta por la totalidad de su cuadrilla con los capotes prestos a intervenir fuera de los burladeros.

Hoy, mientras el espada de turno porfía una vez y otra para hacer pasar a su presunto enemigo, atornillado a la arena después de la primera serie de pases, los banderilleros se asoman para gritarle frases tan descriptivas en el momento actual como “¡ aprieta ¡ “… “ ¡atácale! “
Solo falta que, de aquí a poco, aconsejen al toro: ”¡cuidado!”… “¡que te ataca!”
El mundo al revés.

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