La primera corrida de toros del verano en El Puerto fue un fracaso de toros y toreros. Los de Torrestrella, mal presentados y sin pitones, sosos y descastados. Los toreos, sin la suficiente entrega.

Torrestrella / Enrique Ponce, El Cid y Sebastián Castella

Ganadería: cinco toros de Torrestrella y uno, tercero, de La Palmosilla. En general, pobres de presencia y descastados. El primero, sin gas; el segundo, mirón; el cuarto, noble sin fuerzas. El quinto, noble y manejable, algo soso. El sexto, flojo y soso. El de La Palmosilla, encastado y con embestida algo descompuesta.

Enrique Ponce: pinchazo (palmas) y tres pinchazos y estocada baja (saludos tras aviso).
El Cid: estocada desprendida (una oreja) y cuatro pinchazos y estocada (palmas).
Sebastián Castella: pinchazo y estocada trasera y baja (saludos) y cuatro pinchazos (silencio).

Plaza de El Puerto de Santa María, 20 de julio. Algo más de media plaza. Saludaron en banderillas Curro Robles, José Manuel Molina, Curro Molina y Pablo Delgado.

Carlos Crivell.- El Puerto

Volvieron las tardes de lujo en El Puerto y la plaza apenas se cubrió en su mitad. Será la crisis, pero la crisis de toreros, porque a la vista de algunos contenidos del festejo se comprende que el gremio de los matadores anda en horas bajas. Por no hablar del género ganadero, que tampoco está para tirar cohetes. Al menos, los toros de Torrestrella fueron un compendio de poca raza y menos fuerzas. Es lo que prefieren las figuras, que al mismo tiempo toleran buena parte de los aficionados que cubren los tendidos, de forma que se puede deducir que tenemos lo que nos merecemos.

La corrida comenzó de forma lamentable con un toro regordío, descastado y de una alarmante falta de fuerzas. El animal se fue muriendo pase a pase de los que instrumentó con escasa entrega Enrique Ponce. Nada que objetar al veterano espada en este astado, una especia que desmerece del auténtico toro de lidia.

Lo que ya fue menos brillante fue la labor de Ponce con el cuarto, un toro noblón y las fuerzas justas, con el que hizo una faena de escasa entidad, muy despegada y de nulo ajuste. Este tipo de reses le hubieran servido al de Chiva en otro tiempo para torear con esa enorme facilidad que posee. En estos momentos, Ponce anda nervioso y acelerado, demasiado eléctrico, como si quisiera demostrar algunas cosas a estas alturas de su dilatada carrera taurina. Esta faena, de escasa unidad, tuvo algunos momentos de mayor templanza, sobre todo por el pitón izquierdo, pero fue un conjunto que no llegó al aficionado. Como quiera que fallara con la espada, la tarde de Ponce acabó en tono más bien mediocre. El saludo en el cuarto, después del fracaso con la espada, no fue procedente.

El Cid cumplió una tarde más en su temporada. A estas alturas se puede proclamar que mantiene su estilo puro y clásico con el capote. Sigue siendo uno de los diestros que maneja con mayor entidad la capa, especialmente a la verónica. En esta tarde portuense se permitió el lujo de lancear por chicuelinas.

Le cortó una oreja al segundo por una faena de recursos y habilidad. El animal desparramó la vista y El Cid toreó con facilidad en tandas con poco ajuste, aunque con solvencia para que el personal pudiera admirar su estilo torero. Esta faena fue refrendada con prontitud con la espada y fue premiada con una oreja sin ninguna estridencia. El de Salteras se la dio a su cuadrilla y ni la paseó en la vuelta.

Con el quinto de la tarde, El Cid se acercó al torero bien conocido por todos los públicos. El toro tenía un buen fondo de nobleza aunque fue tardo. Especialmente brillantes fueron las tandas sobre la derecha, reunidas y ligadas, mejor situado y templando mucho al astado. Por el lado izquierdo también hubo pases de buen trazo que el toro admitió con mayores reservas. Aunque el conjunto era de trofeo, apareció el torero de estoque romo y ofreció un mitin en la suerte suprema. El mitin lo remató el puntillero con una labor muy desafortunada. También sobró el saludo.

Castella mató en primer lugar un remiendo de La Palmosilla, un toro que sin ser nada del otro mundo ofreció un juego más interesante. El toro tenía vibración y un cabeceo molesto. Sebastián, lejos del matador arrollador de otros tiempos, hizo una faena de muletazos dominadores con alguna aceleración. Al conjunto le faltó reposo y acoplamiento y fue a menos.

Al sexto, toro noblón, lo tiró en los comienzos de su labor. Los pases sobre la derecha fueron cansinos. La sosería del toro contagió a todos. Castella fue dando muletazos, unos mejores y la mayoría sin gracia, mientras el toro se caía con frecuencia. Un final sin gracia, como la misma corrida.

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