Luis Carlos Peris.Era domingo, como hoy, Domingo de Pasión y no sé por qué, pero cada 8 de abril se me vienen a la sesera la muerte de Belmonte y el impacto que causó en aquella Sevilla de reloj parado y calles surcadas por las vías de una magnífica red de tranvías. Tengo grabado el bisbiseo de mis mayores para paliar la sensación que la verdad de aquella muerte pudiera acarrear a los menores. Juan Belmonte, el hombre que había cambiado el toreo y que se quedó huérfano de rivalidad cuando José le ganó la pelea en Talavera, se había suicidado en la soledad de un atardecer en Gómez Cardeña. Y la leyenda cobró alas para justificar lo que en aquel tiempo era imposible justificar. Versiones de amores imposibles, de miedo cerval a la disminución física que pudiera llegar a que le viesen arrastrando los pies por Sierpes… Hoy hace cincuentaiseis años de aquello, toda una vida.

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