Curro RomeroDavid Márquez Ramos.- No eran las cinco en punto de la tarde. Marcaba algo más de las diez y veinte. Cuando todas las manecillas de los relojes se pararon en el recuerdo de una tarde cualquiera. Las fragancias del arte más profundo, se detuvieron dentro de nuestras mentes para deshacerse en el recuerdo fugaz de un mes de Abril cualquiera. Los vencejos, pregonaban al aire un adiós no deseado, pero que el paso implacable del tiempo, hizo que fuera inevitable. Entonces fue cuando Juanito, invito a Rafael a presenciar desde el balcón de su nostalgia, la que a la postre fue la última verónica de un respeto hoy olvidado.

¡Cuánto se perdió aquél día!… ¡Cuánto se perdió contigo!

Contigo se perdieron escenas de una vida pasada, ofrecidas a tú gente entre el humo de un cigarrillo, fumado a la luz de una lumbre. Se perdieron, recuerdos de familias e historias interminables contadas en una tarde de primavera, cruzando cualquiera de los puentes que unían a esa ciudad que despertaba hacia la modernidad, con la esencia profunda de un recuerdo de lo que fue.

Se fueron tres lances y una plaza boca abajo. Dos más y un remate inspirado, bello, bellísimo saliendo con un andar de señor y torero, delante del que más que un enemigo, sería un fiel amigo de viaje.

Se fue, la gesticulación del público, los “olé” secos y profundos. Contigo, nada se podía entender ni se quería, nada hacía falta explicar ni se explicaba. Un gesto, una mirada, una mueca, eran suficiente para adivinar lo que después sucedería. Y sucedía. Se escucha decir a los buenos aficionados, que eras torero de espejo, de estampa, de los que ya no existen.

Contigo se fue el toreo del silencio, del que fluye sin conciencia de saber que se hace, del que nace de lo profundo del alma y no del que sale bajo la premeditación de un despacho hecho capilla improvisada de lamentos.

Contigo se fueron los trofeos imaginarios del alma, cuando todos salían de los tendidos imitando lo que acaban de ver. Contigo se fueron las tertulias entre habanos, camisas cubanas y copas de coñac en cualquier esquina de cualquier ciudad, que fuera capaz de anteponer, lo irracional a lo racional. ¡Se fueron tantas cosas contigo!….

También mi abuelo se fue. Y se fue también tú plaza y la pasión y la elegancia. Y se fueron las campanas por el puente del olvido. Y los ochenta capotes que alguien un día te escribio. Y se fue la Urquijo cruzando un arco encadenado, caminito mismo de la gloria.

Y se fue Curro. Y con él, se fue la única de verdad cuando esos papeles de colores asquerosos se terminan y no sabes donde ir, donde llamar o a quien acudir. Se fue Curro  y con él se fue….LA PALABRA. El apretón de manos, el honor y la nobleza, la honradez, la amistad y el compañerismo también se fueron contigo Curro. Y se fue, lo único que le queda al hombre despúes de la nada, la lealtad a uno mismo.

Y se fue, el respeto. Respeto por una plaza, por una ciudad, por su afición, por sus gentes, respeto a una profesión, respeto, respeto, respeto y más respeto.

¡Curro, contigo se fue el respeto!

Y nos dejastes sólo. Sólo, en manos de cuatro “chuflas” con imagen bohemica prefabricada a la sombra de lo absurdo, que pasearon un día algo tan sagrado, como una matita de romero, pensando que un día podrían ocupar tú sitio…. ¡Pequeños ignorantes del tres al cuarto!

¡Cuantas cosas se fueron contigo, Francisco Romero López. Curro!

¡Cuantas cosas se fueron!

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