Antonio García Barbeito.- No había carteles en las esquinas que le hicieran sombra al anuncio de un partido; no había pasodoble que apagara el himno de España en los campos de fútbol de Sudáfrica; no había cuadrilla que significara lo que un once dispuesto a batir a otra selección; no había tarde de sol y moscas que arrastrara a más gentes que una grada de campo de fútbol; no había verónicas ni chicuelitas que dejaran pequeños los regates, los centros; no había faena de muleta que le pudiera a una jugada trenzada desde el área propia a la portería ajena; no había estocada que le pudiera al gol, ni óles ni pañuelos que apagaran los gritos y el zumbido de enjambre de las vuvuzelas. El toro de España estaba pintado en la bandera, símbolo inequívoco de la raza, más venerado que todas las ganaderías. Porque no había hasta ahora caballo de rejoneo que le pudiera a la zancada de un lateral, un extremo. El mundo entero sólo tenía ojos para el fútbol, y en España, el julio que siempre fue de tardes de corridas, cambió el puro por el café o el gintonic para ver las eliminatorias.

El toro guarda turno de espera en los corrales calientes de un julio que cada cuatro años deja triangulares los ruedos, siembra de césped el albero o la arena, y deja en los pies la magia torera de las manos. Cuando se viste de gala de campeonato mundial, el fútbol en España —como en tantos otros sitios del mundo— es el traje regional más celebrado, la fiesta nacional, la pasión sin rival posible. El balón le puede al toro en tiempos de fútbol mundial, como el bocadillo le puede al plato de esmerada cocina cuando aprieta el hambre.

El toro de julio ha sido un toro redondo, mocho, pequeño, manejable, pero total. Los viejos aficionados a los toros difícilmente se han perdido un partido importante del mundial de fútbol por una corrida. Aquí podíamos desmentir ese chiste que dice que donde va una buena corrida, que se quite el fútbol. No; donde va un buen partido de fútbol, que se quite incluso una buena corrida. El fútbol nos ha hecho apasionarnos por él hasta el punto de que empequeñezcan a su lado las pasiones españolas más arraigadas. En el tiempo, el fútbol no puede ganarle la pelea a los toros, pero hay pasiones que se asientan por encima de los siglos con sólo saber hacerse grande en poco tiempo.

El toro espera, a partir de hoy, su turno de carteles de verano, aunque en las tardes de corrida se hablará del fútbol. El toro apura yerbas de mal trago en la soledad de la indiferencia que le viene por el fútbol. Pero volverá el toro. Tan inmortal.

Publicado en ABC el día 12 de julio de 2010

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