Oliva_brindisÁlvaro Pastor Torres.– A esta Ciudad se le han dicho y escrito mucha cosas «bonitas». Una de las más bellas salió de la pluma de un escritor madrileño, antitaurino convicto y confeso, proyecto frustrado de monje cartujo y seminarista sin vocación, periodista republicano, antiflamenco y anticasitodo que se llamó Eugenio Noel. En su dedicatoria para un libro sobre la Semana Santa se abre de capote con un «A Sevilla, la de los incomparables atardeceres». Definición de dos orejas y vuelta con todos los honores, difícilmente superada después por la pléyade de cuentasílabas y rimadores baratos que sobre la vieja Híspalis escribieron o vomitaron según los casos. Porque lo mejor, con diferencia, de la tarde fue ese atardecer sobre las columnas del tendido 12, la cal, las tejas viejas y el antiguo palco de la Diputación, con un cielo nublado que ni los pintores del XIX (los Bécquer, Esquivel y compañía) lograron captar jamás. Mucho mejor incluso que la orejita del cuarto con que fue obsequiado por el generoso respetable el hidrocálido Joselito Adame.

Antes -y un amigo mío utiliza este adverbio para datar algo antes del Concilio Vaticano II-, para saber el tiempo que venía, y si la cofradía podía salir o no, se subía uno a la torre, miraba para Huelva y según viniera el cielo así se obraba. Hoy, con los modernos radares y predicciones meteorológicas que lo clavan al minuto, no se tuvo duda alguna de si celebrar o no el festejo, a pesar de que cuando salió el primero llovía con intensidad mosqueante.

Y hablando de cofradías, ayer debieron salir al ruedo unos cuantos adeptos con cuernos de una secreta hermandad sacramental bovina, muy dada a pegar rodillazos claudicantes y caer rendidos en tierra a las primeras de cambio, algo propio de este tiempo de la Pascua Florida en el que proliferan las procesiones de impedidos; así precisamente estaban casi todos los toritos de Muñoz, impedidos. Solo faltó que Tejera se arrancara tocando el «Triunfal». Salvo los dos últimos, el resto fue una pandilla de reses anovilladas sin remate alguno ni presencia para la plaza de Sevilla. El mundo al revés. Ya no valen esas viñetas de El Ruedo con un toro grandísimo y un torero humilde con la bolsa del estipendio muy menguada. A Joselito Adame, que no es precisamente Romay ni tampoco Juan y Medio, sus toretes no le subían por encima del fajín. El mexicano pudo sacarle a su segundo -un inválido pezqueñín- algunos muletazos por ambos pitones con regusto y adornos de mérito. Una defectuosa estocada que tuvo que ser refrendada con el verduguillo dio paso a una benévola oreja.

Alfonso Oliva Soto venía de pasar un trago grande: el haber enterrado a su abuelo esa misma mañana. Pero los de rizos negros que campan por el ruedo no entienden de esas cosas. Su primero tenía un pitón muy peligroso y otro para tirar la moneda. Salió cruz. Con el otro, un último cartucho, salió a por todas y terminó pasando por la enfermería tras despenar, nunca mejor dicho, a un toro encastado que le había dado dos volteretas muy feas.

Esaú se nos está haciendo mayor. Está perdiendo ese desparpajo juvenil que le caracterizaba y en cambio va ganando serenidad, quietud, aplomo. Hasta vestía un terno de tonalidades muy oscuras, él, tan dado a los colores claros y frescos. Aunque lo que Dios no da, Salamanca no presta.

Se irá la Pascua Florida; llegará la de Pentecostés, y tras el Corpus, fiesta grande en Sevilla a pesar de que han programado un festejo menor, volverán a bailar los seises esas largas tardes de junio con atardeceres bellos cuando los trigales estén dorados. Ayer, con los campos aún verdes, también hubo mucho baile de seises sobre el albero de la plaza. Menos mal que a Eugenio Noel no le gustaban los toros.

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