Luis Carlos Peris.- Esta es la penúltima entrega de la serie que recuerda la Feria taurina más grande que vivimos. Es sábado de Feria, por si fuera poco ha venido Franco a Sevilla y las circunstancias cambian. El ambiente es extraordinario en toda la ciudad, la Feria del Prado brilla como un ascua y en las taquillas de la plaza de toros ha vuelto a colocarse el no hay billetes. La actuación soberana de Antonio Ordóñez en la tarde del jueves ha hecho de señuelo para que la expectación se desorbite. Fue tan magistral la lección del rondeño bajo la lluvia que no se habla de otra cosa en los cenáculos taurinos.

En chiqueros, una corrida de Carlos Urquijo. Recalquemos que en esa Feria vinieron tres envíos de Juan Gómez, pues el domingo de preferia se lidió un encierro de Pilar Herráiz, la esposa del ganadero, y para el remate ferial se anuncia otra corrida con divisa grana y negra. Quiere decirse que si hogaño impera el encaste Domecq, entonces eran muy solicitados los murubes de Urquijo.

Cuando se deshace el paseíllo, una rotunda ovación recibe Ordóñez en recuerdo de su disertación de dos días atrás. El rondeño correspondió bien salido en el tercio y esa sería la primera salva de aplausos que escucharía en la que fue una de sus mejores tardes en la plaza de la Maestranza. Y es que a partir de ahí, la tarde giró en torno a la figura de Antonio Ordóñez Araújo, inmarcesible intérprete del arte de jugar al toro.

Iba vestido de lila y oro con un terno que días después le regalaría a su hermandad del alma, la Soledad de San Lorenzo. Y recuerdo que él, tan dado a llevar la contraria, desechaba lo de lila y afirmaba que el traje era un heliotropo y oro. Resulta que el heliotropo es de color lila, conque todos llevaban razón, pero a ver quién le discutía a Antonio la más nimia de sus continuas y sostenidas sentencias.

Ya está el toro en la plaza, lleva de nombre Zapatillero y, como todos sus hermanos, responde con su capa negra al encaste Murube. A partir de aquí hay que dar rienda a suelta a la imaginación para reflejar lo que el hijo del Niño de la Palma cuajó en esa sabatina ferial. Inconmensurable con el capote, sobre todo en la interpretación del lance fundamental, el de la verónica, toreando con las palmas de las manos, pudiendo mucho y templando hasta límites insospechados, Antonio se hizo con la plaza hasta que hora y media después atravesaba en hombros la Puerta del Príncipe. El regusto de los doblones por bajo para ahormar y fijar la embestida, los redondos soberanos con el remate de pecho echándose todo el toro por delante, los naturales cadenciosos, largos, eternos, los desplantes llenos de marchosería, la tauromaquia profunda, enciclopédica, bellísima, del catedrático de Ronda que se culmina con una estocada de efecto fulminante. Manuel Zambrano, el presidente, saca los dos pañuelos a la vez y también el azul para que el toro reciba su más que justo homenaje y Antonio da una vuelta al ruedo en loor de una multitud que ya se barrunta que aquello no ha hecho más que empezar.

No va a pasar gran cosa hasta que salga el cuarto, que se llama Baboso y con el que Antonio redondeará una versión increíblemente mejorada. Lo borda con el capote y se luce Diego Puerta en el quite, Alfonso Ordóñez y Curro Puya banderillean con celeridad y el toro llega como una malva a la muleta mágica del matador. Se queda uno sin calificativos, parece que estoy viendo a un dios vestido de torero, como una ensoñación onírica, irreal. Pero es contundentemente real lo que Antonio ejecuta con la muleta en la generosidad de todo su repertorio, sin dejarse atrás ningún registro. La majestuosidad deslumbrante del rondeño brilla en esta luminosa tarde de abril sevillano. Pero la felicidad completa rara vez se alcanza y Ordóñez emborrona tan bella obra con un pésimo manejo de la espada. Quiere matar recibiendo, pero se sale de la suerte y necesita de cinco agresiones para que tome tierra el murube. Cuando dobla, la plaza elige apostar por la faena, olvida el sainete con la espada y obliga al torero a dar dos vueltas al ruedo.

Diego Puerta, de lila y oro, no tuvo suerte con su lote, que ya tuvo que ser negativo para que el llamado Seise de San Bernardo se estrellase y se fuese de vacío en su última actuación en esta Feria. Una Feria que quizá fuese una de las menos lucidas de un torero que triunfaba de manera habitual y que fue una figura del toreo de las de verdad.

Cerraba la terna el linarense José Fuentes, que salió vestido de catafalco y oro. Tampoco tuvo suerte en el sorteo, aunque pudo influir en su actuación el colosal discurso torero de Antonio Ordóñez. Tanto pudo influirle que a uno de sus toros le entró a matar con el estoque simulado. La tarde sólo tuvo un nombre y a esas alturas de la Feria se vislumbraba como máximo triunfador de una Feria a la que volvía seis años después. Mondeño había iniciado el domingo de preferia la ronda de triunfos, Ordóñez y Curro iban al unísono y al camero aún le quedaba una tarde en la Maestranza, la extraordinaria de la Cruz Roja el lunes después del apagón de los farolillos. ¿Qué pasará? La solución, mañana.

A %d blogueros les gusta esto: