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Cogida de José Tomás en el quinto (Foto: EFE)

Antonio Lorca.- Otra vez, con este torero, se masticó la tragedia en la plaza e, instantes después, la resurrección y la gloria. Parece ser el sino de José Tomás. Acababa la faena al quinto, se dio la vuelta para dirigirse al burladero y tomar el estoque de verdad cuando el toro, al que había perdido la cara, se arrancó, lo empaló por detrás y lo volteó de forma espeluznante; dio el torero una vuelta de campana en el aire, y el testarazo en el suelo fue tremendo. Tomás cayó bocabajo y en la arena quedó inerte hasta que fue recogido por las asistencias, con el cuerpo desmadejado, y trasladado a la enfermería como un trapo.

Se preparó, entonces, Finito para acabar con el toro y allí andaba el hombre, tras un pinchazo con el semblante despavorido, a punto de dar el mítin, cuando hete aquí que José Tomás aparece por el callejón y la locura se apodera de los tendidos. La preocupación por la horrorosa cogida se transfiguró en apoteosis, gritos de “torero, torero” hasta que acabó con el toro —la cara de Tomás muy pálida y las fuerzas mermadas—, y los tendidos piden y exigen al presidente las dos orejas que pasea en verdadero loor de multitud.

Fue, sin duda, la resurrección de José Tomás. Fue una cogida de muerte, parecía que le abandonaba la vida camino de los médicos, pero volvió a la gloria torera en pocos minutos. Cosas de los genios.

Por cierto, ayer, en Granada mantuvo las constantes toreras que un día lo convirtieron en leyenda. Después de veintidós meses de retiro forzoso, Tomás no ha olvidado el toreo. Y, así, buscó la pureza y la autenticidad; se mostró seguro y confiado; desbordó sabor y torería; manejó el capote con verdadera maestría a la verónica y por ceñidas chicuelinas. Sobresaliente el toreo a la verónica, ganando terreno en cada lance, con las que recibió al quinto. Con la muleta en las manos citó al pitón contrario, cargó la suerte, alargó los muletazos, bajó las manos cuando los toros lo permitieron y dijo seguir siendo el torero que un día entusiasmó a todos los públicos.

No ha olvidado José Tomás su toreo; lo que José Tomás ha olvidado ha sido el toro. Con los elegidos para la ocasión granadina —de correcta presentación, bonitas hechuras, ayunos de fuerzas y desbordante de almibarada nobleza, sobre todo, el primero— este torero no emociona. De hecho, no hubo arrebato en toda la tarde, ni conmoción, ni ese entusiasmo que suele acompañarle. Su primero era un juguete roto como toro, un santo varón como animal, un tarro de dulce mermelada; y con ese enemigo, Tomás jugó al toro, y, a pesar de sus maneras toreras, a pesar de que rezumaba personalidad, exquisitez, clase e inspiración, el público parecía no inmutarse; quizá, quién sabe, porque pedía más guerra y, sobre todo, más enemigo.

Más genio y menos dulzura sacó el quinto de la tarde, que embestía con la cara a media altura y corto recorrido, y con ese a Tomás se le notó que hace tiempo que no viste el traje de luces, que el paro pasa factura y el manejo de los toros exige verle las caras con frecuencia. Después, llegó la voltereta, el miedo, el silencio expectante y la explosión final de ese torero que volvió vivo al ruedo. Las dos orejas fueron el premio, sobre todo, a su resurrección.

Le acompañaron Finito de Córdoba, de vuelta ya de todo, y el joven Rafael Cerro, que acaba de comenzar la carrera. Al veteranote tocó un primer toro de lío para su forma elegante y suave de entender el toreo. Pero Finito tiene el corazón cogido con alfileres, y, actualmente, no es más que un suspiro de aquel que un día ya lejano creímos todos que sería una figura de época. Algún detalle, algún adorno —curiosas las medias blancas con las que se presentó— y para de contar. Rajado fue el cuarto y él lo persiguió como si quiera pelea.

Muy peleón, valiente y decidido se mostró Cerro en su lote. Suyo fue el mejor lote; lo intentó con capote y muleta y emocionó a los tendidos. Muy bien a la verónica y por gaoneras ante el sexto y en muletazos sueltos al tercero. Al final, Tomás, dolorido, no salió a hombros, y el más joven se solidarizó con él maestro y también salió andando. Y el público, jubiloso…

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