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Alejandro Talavante, con la derecha (Foto: Gilberto, vía Ambitotoros).

Carlos Crivell.–  Talavante habló de guerra antes de la corrida. Está bien. ya sabe lo que pasa y lo que le ha pasado. Ahora hay que ganar la batalla diaria. No fue así. Al final, paz entre toros y toreros. Lo mejor, el cuarto toro y un Ponce por encima de todo. Fandiño, en la guerra total.

Plaza de toros de Huelva, 1ª de Colombinas. Media plaza. Cuatro toros de José Luis Pereda y dos, segundo y quinto, de La Dehesilla, correctos de presencia, justos de raza, nobles en general y con pocas fuerzas. Destacó el cuarto.

Enrique Ponce, de celeste y oro, media baja y dos descabellos (silencio). En el cuarto, pinchazo y estocada baja (una oreja tras aviso).

Iván Fandiño, de lila y oro, estocada (una oreja). En el quinto, cuatro pinchazos y descabello (silencio).

Alejandro Talavante, de nazareno y oro, dos pinchazos y estocada tendida (palmas). En el sexto, estocada y descabello (saludos).

Da miedo hablar de guerra en los tiempos que corren, pero si hablamos de guerra taurina los toreros de la primera de Colombinas tenían sus planes bélicos. Ponce venia posiblemente a decir adiós a una plaza muy querida. Ponce no viene a la guerra a La Merced, más bien porque sabe que tiene el favor popular, el que se ha ganado en su largo camino por la fiesta. Fandiño no deja la guerra nunca. Lo suyo siempre es belicoso. No le queda otro camino todavía. El torero vasco necesita demostrar todos los días que su cerco a la cumbre tiene fundamentos. Talavante vino a la guerra a Huelva, según propia confesión del extremeño.  Al final, ganó la paz. No hubo guerras.

Ponce se limitó a matar al flojo y descastado primero y se exhibió con suficiencia en el cuarto. Ese animal, que fue noble y humilló mucho, encontró una perfecta horma en la muleta del valenciano. Ponce sacó la chistera de domar toros y engatusarlos en su muleta. De las tandas del comienzo, despegadas, la faena fue ganando apreturas y lució en las tandas de naturales ligadas y bien rematadas con los de pecho. Solo faltó que el animal tuviera más fuelle para que la faena alcanzara el clamor. Ese detalle y el pinchazo lo dejaron todo en una oreja, pero sobre todo se palpó el cariño de Huelva con Enrique Ponce, que en su vuelta parecía despedirse la afición.

La guerra de Fandiño es consigo mismo. Está asomando su nombre en carteles y ferias desconocidas para él hasta ahora. Está saboreando otro toro diferente al de temporadas pasadas. Pero debe seguir belicoso porque si se duerme lo dejan fuera del circuito. Le cortó una oreja al segundo después de fajarse bien en dos tandas con la derecha, pisó terrenos comprometidos, asentó las zapatillas en el albero y lo mató bien. La izquierda ya fue otro cantar, lo mismo que el conjunto de su labor, pero Huelva es amable y generosa.

El quinto era distraído, no quería seguir la muleta y acabó rajado. Fandiño le plantó pelea base de derechazos incompletos en una labor afanosa sin que delante tuviera materia prima para el ataque. El de La Dehesilla era una especia sospechosa sin fijeza ni acometividad.  Y pensar que este diestro está forjado en la dureza del toro encastado. Ahora ya tiene lo que buscaba, el toro contrario al de su guerra, y ya sabe que no le sirve para mucho.

La guerra de Talavante, según expresión propia tiene sus puntos de mira en la prensa, las empresas no amigas y los del grupo ‘G’ excepto Perera. Es decir, que se supone que venía con la escopeta cargada. Con el tercero no se peleó apenas. Es cierto que toreó despacio y con gusto, pero faltó garra. No bastó la elegancia de algunos pases de adorno muy bellos. Y sobre todo, si se viene a la guerra, hay que matar a los toros, algo que no hizo Alejandro. El sexto debía estar dormido en el chiquero. Cuando saltó al ruedo Talavante toreó con gusto a la verónica. De nuevo hubo  cadencia y buen gusto, un punto frío, ante un toro noble sin chispa. Toreo bonito, cierto, pero con escasa capacidad para emocionar. Así pasó su faena, con pasajes de más limpieza, otros más embarullados, dentro de una tarde en la que no mostró ninguna belicosidad. Vino a la guerra sin armas.