Manzanares_HuelvaCarlos Crivell.- Manzanares fue el triunfador de la segunda de Colombinas, El de Alicante se afanó y sacó su buen estilo en una tarde de malos toros de Juan Pedro. Ponce y Morante se esforzaron. El toreo bueno lo firmó, sin premio, el de la Puebla

Plaza de toros de La Merced de Huelva, 1 de agosto de 2015. 2ª de Colombinas. Tres cuartos de plaza. Seis toros de Juan Pedro Domecq, gordos y pobres de pitones, en general descastados, mansos y de poco fondo. Noble, el 3º, el mejor del encierro. Enorme Curro Javier en la lidia y con los palos, Saludó en el sexto. Manzanares salió a hombros por la Puerta Grande.

Enrique Ponce, de gris perla y oro, estocada trasera y caída (saludos). En el cuarto, buena estocada (una oreja).

Morante de la Puebla, de azul y oro, pinchazo, media y descabello (saludos tras aviso). En el quinto, estocada (saludos).

José María Manzanares, de negro y azabache, estocada trasera y caída (dos orejas). En el sexto, estocada caída (una oreja).

La tablilla anunciaba toros con cerca de seiscientos kilos, una barbaridad para este encaste y esta plaza, pero al salir al ruedo los kilos de algunos, el tercero como ejemplo, eran cuestionables. Fue una corrida gorda de carnes y corta de pitones. También fue corta de raza. Con un punto de mansedumbre no muy descarado, la corrida pasó por el tercio de varas para sangrarlos algo y poco más. Y luego embistieron con nobleza pastueña sin ninguna emoción. No es así el toro que necesita la Fiesta para generar la emoción imprescindible en estos momentos.

La terna, que manda y puede hacerlo, solventó los problemas con mayor o menor arte o eficacia. El público fue feliz con poca cosa, algo que se puede entender cuando las Colombinas llegan una vez al año y parece que es obligatorio divertirse en la plaza.

Enrique Ponce recibió un homenaje antes del comienzo de la corrida por sus veinticinco años de alternativa. Es muy querido en esta tierra choquera. Sin embargo, cuando murió el primero se mostró fría con una faena muy técnica y trabajada ante una mole que embestía a media altura y que se rajó cuando Ponce le bajó la mano. Aun así fue una labor de mérito poco valorada.

El cuarto fue un dechado de falta de casta. La faena fue tesonera y de escaso brillo ante un toro que nunca bajó la gaita y que al final se rajó para esconderse en las tablas. Allí se fue el torero para arrimarse y robar pases imposibles. Cortó una oreja porque la estocada fue soberbia. Siempre fue así. Una estocada buena vale una oreja. En la vuelta recogió el afecto de este pueblo que tanto le quiere.

El segundo fue un burraco que fue desarrollando genio y nobleza de forma intermitente. Morante lo recibió con siete verónicas ajustadas y excelsas. El toro tropezó mil veces en los burladeros y allí se dejó mucha vida. El de La Puebla creyó en el toro más que el ganadero. Le buscó las vueltas y encontró el sitio, la distancia y el pitón izquierdo, por donde le enjaretó varias tandas de naturales ligados con el de pecho de belleza insospechada. Entre medio, algún farol, mucha torería, elegancia suprema y detalles de toreo eterno. La espada, se supone, le dejó sin premio. Morante saludó con una sonrisa algo sarcástica.

Se devolvió el quinto por manifiesta invalidez y salió uno de nula casta aunque noble. Morante sacó agua de un pozo seco. El comienzo a media altura con suavidad fue un bálsamo ideal para lograr tandas sobre la diestra sin posibilidad de ligazón pero celebradas por la voluntad. Faena larga, afanosa, aunque sin ningún destello de su genialidad reconocida. Se le agradeció su buena disposición.

Manzanares se llevó el triunfo grande por una faena de ritmo creciente, armonía suprema y con un final más a tono con lo que se espera de este torero. El comienzo a distancia fue otra cosa. Si se añade su estética reconocida, el impacto en el tendido se entiende con facilidad. El final de su faena fue más rotundo, se pasó al toro, muy noble, más cerca y todo quedó a expensas de un espadazo imperfecto por trasero y bajo que no fue tenido en cuenta por la plaza. Dos orejas excesivas.

 El sexto fue un manso de mucho recorrido. Lo doblegó por bajo para poder fijarlo en tandas con la derecha entorpecidas por la permanente huida del animal. Por el pitón izquierdo surgieron naturales sueltos largos con empaque. Con el toro en su terreno cerca de las tablas, Manzanares remató su obra con la derecha ya como dueño de la situación. Se fue a hombros en clamor. Su imagen ha subido enteros a estas alturas de la temporada.

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