El Juli marcó las diferencias en la tercera de Jaén. Se cortaron nueve orejas y sobraron cinco. El Juli, enorme. Ponce, sin entrega. Venegas, muy nuevo, y con la parroquia de su lado, en entregó sin reservas.

Gavira / Enrique Ponce, El Juli y José Carlos Venegas

Plaza de toros de Jaén, 18 de octubre de 2010. 3ª de la Feria de San Lucas. Cinco toros de Gavira y uno, sexto, de Torrealta, lidiado como sobrero por otro de Gavira devuelto por inválido. De los de Gavira, correctos de presencia, buenos el tercero y el quinto. El de Torrealta, manso. Los tres matadores salieron a hombros.

Enrique Ponce, azul marino y oro, estocada trasera y baja (dos orejas). En el cuarto, bajonazo (silencio).
El Juli, berenjena y oro, estocada trasera y dos descabellos (dos orejas). En e quinto, estocada trasera (dos orejas).
José Carlos Venegas, blanco y oro, cuatro pinchazos y estocada (una oreja tras aviso). En el sexto, estocada trasera (dos orejas).

Carlos Crivell.- Jaén

La corrida del cierre de San Lucas fue un desmadre en cuanto a trofeos, pedidos por un público alegre y confiado y con la connivencia del aliado del palco, un hombre que está de figurín y que sólo quiere acceder a lo que se le pida. En el colmo de su nerviosismo, llegó a sacar el pañuelo azul para cambiar el tercio. Si la solución de la fiesta es que se corten nueve orejas, sea como sea, pues este presidente es el salvador del toreo. Pero esto no es así.

Entre tantas orejas de mínima entidad, nuevamente emergió El Juli como el torero clarividente que tiene siempre la receta adecuada para cada toro que salte al ruedo. De las cuatro orejas que paseó, las dos primeras entran dentro de las regaladas. Estuvo el diestro muy solvente, templado y poderoso con un toro que le exigió más de lo previsto. El Juli, con el valor sereno que le caracteriza y su buena colocación, fue enjaretando pases ligados como una máquina perfecta de engrase. Después de dos descabellos no parecía normal cortar dos orejas, pero en Jaén todo era posible.

Las del quinto fueron de ley. Ante un toro noble, que pedía muñecas de lana para llevarlo con mimo, El Juli se puso en el sitio justo y tiró del animal en muletazos de temple milimétrico, siempre ligados y rematados con los de pecho. Fue una faena perfecta de técnica y con ese punto de calidad que ahora imprime Julián a su toreo.
Sin aspavientos, seguro y rotundo, El Juli parecía que se ponía el primer traje de luces del año.

El primer regalo de la corrida fueron las dos orejas que se encontró Enrique Ponce en el que abrió plaza, tan noble como mansito, al que le dio muchos pases correctos entre el silencio absoluto del respetable, sólo roto en algún molinete y en los de pecho. Faena de partido de tenis, llena de pases a media altura y muy poco ajustados, pero que tras una estocada defectuosa de rápidos efectos encontró a la plaza en estado de generosidad sin límites para regalarle dos orejas sin peso. Sería bueno que llegara un día en el que un matador rechazara los trofeos que consigue sin méritos. No llegará ese día.

El cuarto fue un toro soso y sin clase. Ni fue un buen toro ni Ponce estaba por arriesgar nada. Faena de trámite con un solo intento por la zurda y a matar de un bajonazo, Fin de temporada nada brillante para el valenciano, por mucho que se fuera a hombros de la plaza.

El local José Carlos Venegas toreó en el patio de su casa. En la plaza todos parecían de su familia. Este detalle no está mal, pero de ahí a concederle una oreja tras cuatro pinchazos, existe un abismo. Al margen de ello, Venegas estuvo toda la tarde entregado dentro de su normal falta de rodaje. Al buen toro tercero le hizo una faena emotiva, en parte porque la vivacidad y casta del animal ponían en permanente peligro al jiennense, que con habilidad logró tandas de pases de calidad desigual y un final vibrante con los circulares. La plaza hervía y se hubiera llevado hasta el rabo, pero marró mucho con la espada.

Con el manso sexto de Torrealta, jugado como sobrero, Venegas anduvo más reposado. El animal marcó su terreno en tablas, aunque mostró nobleza. Logró algunas tandas con la izquierda de mérito, sobre todo porque tocó bien al animal y pudo llevarlo más largo y toreado que al anterior. El espadazo final desató el delirio popular y aquello fue la locura. La plaza estaba en éxtasis ante las nueve orejas cortadas. El palco, feliz en su ignorancia. El buen aficionado se fue con el recuerdo de la maestría de El Juli y la inocencia inexperta de Venegas.

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