Antonio Lorca.- La Antonio Lorcaoreja que cortó el toricantano Javier Jiménez al sexto de la tarde no redime ni a la ganadería, que cosechó un fracaso de época, ni a los toreros, que sueñan con el toro tonto que aburre a las ovejas, ni a la empresa, que se empecina en el error año tras año. Pero Jiménez consiguió levantar la voz el día de su alternativa, y eso es lo más importante; al menos, para el chaval, que tenía una difícil papeleta de la que puede depender su temporada.

Jiménez está placeado, se le ve suelto y debe ser un aspirante incansable de la mano del padre de Espartaco, su consejero, que no lo dejará vivir fuera del toro. No se acopló con su primero, preso, quizá, de los nervios del debú, mató mal y todo quedó en una preocupante incógnita. Antes de que doblara el toro, que tenía cara y aspecto de novillo, lo capoteó por tafalleras y chicuelinas en un claro aviso de que veía a por todas. El sobrero, que sustituyó al enésimo inválido nobilísimo, con escasas fuerzas, le permitió encontrar la serenidad ansiada y lo muleteó con suavidad y templanza en una labor que no llegó a alcanzar el clímax de las grandes faenas, pero supo a gloria después de una tarde pesada y aburrida. Toreó Jiménez con hondura, se gustó por naturales y garbosas trincherillas, abusó del pico y dijo, eso fue lo mejor, que tiene madera de torero.

Pero dicho queda que esa oreja, cogida, quizá, con alfileres después de un pinchazo, no redime una tarde para la historia negra de esta plaza.

Una señora, con las gafas de ver caladas, leía un libro electrónico en la grada mientras El Cid naufragaba inseguro ante el rajado tercero; al mismo animal al que momentos antes había recibido por verónicas con un capote del tamaño de una sábana de cama de matrimonio.

Del mismo modo saludó Ponce a su segundo, pertrechado tras un muro infranqueable de tela. Y al primero, el joven de la alternativa lo pasaportó de un feísimo sartenazo en el costado, que el animal mostró a toda la concurrencia, pues no hubo manera de sacar el estoque de lugar tan cruel para el torero.

Así, por desgracia, transcurrió un festejo taurino en el que no hubo toros y escaseó el toreo; ni siquiera parecía Feria de Abril, pues no es habitual que el sábado de preferia luzca vacío la mitad de los tendidos de sol.

Es decir, que el reaparecido Ponce tras su cogida su Valencia no animó la taquilla; ni El Cid ni Javier Jiménez, a pesar de que vino arropado por un nutrido grupo de forofos partidarios.

Fracaso sin paliativos Juan Pedro Domecq con una corrida muy desigualmente presentada, inválida, descastada, nobilísima y tonta, de esas que no ofrecen seriedad de toro bravo y espantan la emoción. La terna, con la excepción referida, solo pudo intentar justificarse de un error nuevamente cometido, cual es pedir y suplicar por los toros de Juan Pedro.

A pesar del petardo ganadero, hubo puntuales momentos que merecen ser destacados. Primero, la Maestranza recibió con un cariñosa ovación a Enrique Ponce, al que obligó a saludar tras el paseíllo; los sevillanos mostraron su afecto y confianza al joven Javier Jiménez durante la ceremonia de la alternativa, en la que Ponce lo sermoneó con un largo parlamento. Y Alcalareño saludó tras dos buenos pares al quinto de la tarde. No hubo más.

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