DCF 1.0Rafael Moreno.- «QUOUSQUE tandem, Catilina, abutere patientia nostra». Traducido al castellano dice así: «Hasta cuándo, Catilina, abusarás de nuestra paciencia».

El episodio que dio lugar a esta histórica frase tuvo lugar en Roma, el año 63 a. C. Ocurrió que tras haberse postulado Catilina para un puesto de cónsul en el Senado Romano y no habiéndolo conseguido con la verdad por delante, comenzó a medrar con sobornos, falsas historias y amenazas encubiertas. Así hasta que, finalmente, luego de intentarlo en varias ocasiones llegó a preparar un auténtico golpe de mano. Pero no se atrevió a actuar en solitario. Catilina, que era cobarde como todos los de su clase, intentó convencer a varios de los cónsules más importantes para que se vincularan a su causa. Y lo logró. Unos se le unieron porque creyeron sus falsas promesas, otros porque entendieron que así tendrían la oportunidad de ajustar viejas cuentas pendientes; y otros, como ocurre siempre, porque eran personas de poco carácter, que se dejan influir por el último que llega, sin meditar sobre lo que les están diciendo, ni el alcance que pueden tener sus propuestas.

Y fue entonces cuando Cicerón, hombre sabio y de gran valor, conocedor de los tejemanejes de tan peligroso personaje y temeroso de que algún día pudiera acceder a una plaza tan importante, se plantó ante el Senado y dirigiéndose al interfecto pronunció el célebre discurso que dejó al farsante contra las cuerdas y a sus colaboradores al descubierto.

Gracias a la intervención del sabio, Catilina no consiguió su objetivo y pasó a la historia con deshonor, como les suele ocurrir, si no a todos los que actúan como él, sí a muchos de ellos. De los cónsules que le siguieron se sabe poco. Según una versión un tanto libre de aquel suceso, no todos siguieron la misma suerte. Parece ser que algunos se dieron cuenta pronto del engaño y abandonaron al farsante de manera precipitada. Otros tardaron más en reaccionar porque, o estaban más implicados en el enredo o fueron mas torpes para descubrir el entramado. Y así acabó la historia del siniestro personaje y de sus colaboradores contada a la ligera y con ciertas licencias, por las que pido disculpas.

Catilina, sin embargo, vive todavía. No el romano, pero sí sus imitadores. Y sobreviven sus métodos, incluso perfeccionados. También, por supuesto, en el mundo de los toros. Lástima que no ocurra igual con Cicerón. Aunque del sabio nos queda su enseñanza. A través de sus Discursos nos puso en guardia contra quienes pretenden confundirnos con mentiras y argumentos falsos para conseguir objetivos que nada tienen que ver con los que dicen defender.

Los Catilina taurinos 

Dados los nuevos problemas que han surgido en el mundillo taurino de un tiempo a esta parte, primero con el llamado G-10, luego con el G-5 y, según parece, con algún otro que puede estar a punto de dar la cara, se ha extendido entre la gente del toro el convencimiento de que la sombra de Catilina y sus métodos sobrevuelan el planeta taurino.

Un ejemplo, aún no resuelto: este año la organización de la Feria de Sevilla estuvo marcada por un conflicto inesperado, surgido entre la empresa que gestiona la plaza de la Maestranza y un grupo de toreros. Inexplicablemente no tuvo solución. ¿Por qué? ¿Quién fue el hombre X o, en este caso, el Catilina-taurino que puso en marcha el conflicto e impidió el arreglo entre las partes?

Naturalmente, se han producido opiniones para todos los gustos. En un principio dio la sensación de que la mayoría resultaban favorables a uno de los sectores en litigio; en este caso el promovido por el Catilina-taurino que, tal como se desarrollaban los acontecimientos, se frotaba las manos sintiéndose triunfador: estaba a punto de salirse con las suyas: ya se imaginaba en el Senado. O, en este caso, veía la Plaza de Sevilla sin empresario, que era de lo que se trataba.

Pero, casi inmediatamente, apenas se conocieron algunos de los detalles del rifirrafe que utilizaron para justificar el conflicto —las palabras más o menos inoportunas pronunciadas por el empresario de la plaza en una rueda de prensa, y la amenaza de cinco toreros de no torear en Sevilla en tanto los maestrantes no destituyeran inmediatamente a estos empresarios—, fueron muchos los que coincidieron en señalar que en absoluto eran razón suficiente para semejante dislate. Tenía que haber algo más, y de bastante más peso, para justificar una acción de tal envergadura. Algo que permanecía y aún permanece en el territorio de las penumbras.

A partir de ese momento, la posibilidad cierta de la existencia de un Catilina-taurino que desde la sombra movía y mueve los hilos secretos del conflicto se daba por hecho. Él sabría con qué fin, aunque muchos comenzaban a imaginarlo.

Afortunadamente, al igual que el romano, el Catilina-taurino creyéndose más listo que los demás mortales, algo frecuente en este tipo de personas, y cegado por la codicia, que es la que siempre les guía, no dejó de cometer errores.

El primero fue conseguir que cinco toreros se dirigieran directamente a la Real Maestranza de Caballería para presionarla bajo la amenaza de que si no rompía unilateralmente y de manera inmediata —faltaba muy poco tiempo para la Feria— el contrato que le unía a la empresa Pagés, ellos no torearían en la plaza sevillana.

Catilina-taurino había llegado demasiado lejos. No sabía el terreno que pisaba: ¿Cómo podía pensar que una institución como la Real Maestranza rompería unilateralmente un contrato, y menos presionado por terceros? Catilina-taurino debió imaginar que los demás eran de su misma catadura moral.

Pero no acabaron ahí sus errores. Todavía cometió otro, también garrafal: el documento en el que los cinco toreros manifestaban colectivamente las razones por las que adoptaban una postura tan extrema y radical —obra sin duda del Catilina-taurino—, chocaba frontalmente con los comunicados que algunos de los matadores hicieron públicos días después para justificar personalmente su actitud. Nada tenía que ver el primer documento con los que vinieron luego: los comunicados no solo daban razones distintas, sino que, incluso uno de ellos, según sus propias palabras, dijo no tener ningún motivo personal contra la empresa ya que siempre le había tratado bien. Increíble.

A partir de aquellos momentos las cañas comenzaron a convertírsele en lanzas al Catilina-taurino. Él, sin embargo, no se da por derrotado. Por el contrario, según todos los indicios, valiéndose de «sus afines», sigue maquinando. Así, por ejemplo, últimamente, de manera subliminal y como quien no quiere la cosa, anda intentando una jugada envenenada: convertir a los maestrantes —con halagos y argumentos falsarios— en jueces de un conflicto meramente taurino. Con la esperanza, claro, de que sentencien a favor de sus oscuros intereses.

¿Que cuáles son esos intereses? Las sospechas son cada vez más fundadas, pero todavía no han dado la cara. Según parece, están relacionados con el dinero de los toreros que más cobran, de una parte, aunque menor, y, sobre todo, con determinadas pretensiones empresariales, de otra: la plaza de la Maestranza, aunque digan por ahí que cobran por ella un canon demasiado elevado, sigue siendo «el gran objeto del deseo» para grupos de todas clases. Unos, como ocurre siempre, más poderosos que otros.

(*) Publicado en ABC de Sevilla el día 29 de mayo de 2014