José Gómez «Gallito». Juan Britto.

La salud de Joselito El Gallo

El torero de Gelves sufrió durante muchos años episodios de fiebres y problemas intestinales que interfirieron en su trayectoria torera

Es posible que su afección fuera lo que hoy se conoce como Enfermedad de Crohn

José Gómez Ortega nació en Gelves (Sevilla) el 8 de mayo de 1895, en la calle de la Fuente, nº 8, en la huerta “El Algarrobo”. El 16 de mayo de 1920 fue herido de muerte en la plaza de Talavera de la Reina por el toro ‘Bailaor’, de la viuda de Ortega. Se cumplen cien años de su muerte. Su estela como torero le permitió marcar una época en el toreo. En este centenario se ha recordado su tauromaquia y su visión de futuro en muchos aspectos relacionados con la Fiesta. Este trabajo intenta profundizar en algunos detalles de su salud. Fue un hombre fuerte que, sin embargo, sufrió procesos patológicos que llegaron a interferir en su trayectoria torera.

Fue el sexto y último hijo del matrimonio de Fernando Gómez “El Gallo”, matador de toros, y de Gabriela Ortega. Antes habían venido al mundo dos varones y tres hembras. El padre fue matador de toros, aunque no fue el primer Gallo, que lo fue su hermano José, banderillero de Lagartijo, y que murió joven con 45 años en 1885. El segundo Gallo fue Fernando, el padre de Joselito, torero habilidoso y pinturero, buen banderillero y regular matador con la espada. Tenía su hijo pequeño apenas un año y medio cuando el señor Fernando toreó su última corrida en la plaza de Barcelona el 25 de octubre de 1896. Fue un artista en el más amplio sentido de la palabra, discípulo del Gordito y de Currito, el hijo de Cúchares, alternó en los ruedos con Lagartijo y Frascuelo y fue un más que digno torero.

Fernando El Gallo murió cuando su hijo pequeño tenía apenas 27 meses. Sus hermanos mayores ya andaban por los ruedos, sobre todo Rafael Gómez, que más adelante adoptaría el apodo de El Gallo de su padre. Fernando aconsejó e instruyó a Rafael en sus primeros pasos. Se sabe que, en cierta ocasión, a la vuelta de una novillada en Valencia, el patriarca, ya con la enfermedad del corazón que pondría fin a sus días, se acercó a la señora Gabriela y le dijo: “Si otra cosa no puedo dejarte, te dejo un torero de tal calidad que, mientras viva, no te faltará de nada”, al tiempo que acariciaba la cabeza de un joven Rafael El Gallo. En cuestiones artísticas, el heredero de Fernando Gómez fue su hijo Rafael, torero que lo sabía todo acerca de los toros pero que no puede considerarse como un maestro para su hermano José. El otro hermano varón, Fernando, dos años menor que Rafael, vio a su padre y a Lagartijo, tomó la alternativa en México el 14 de enero de 1909 de manos de su hermano. En tierras mexicanas, este Fernando Gómez pudo absorber la tauromaquia de espadas españoles como Fuentes y Montes, así como de otros nacionales como Lara, Pastor, Faíco, Hermosilla y muchos más. Fue un artista con el capote, pero también un hombre poco ambicioso y, además, precozmente enfermo. No estuvo mucho tiempo en los ruedos; sus males y la tendencia a la obesidad le quitaron facultades. Se ha especulado sobre el magisterio que pudo ejercer sobre su hermano menor, pero la realidad es que a José nadie le enseñó nada. Mejor dicho, lo captó todo de forma precoz para unirlo a su personalidad.

Joselito fue sobrino, hijo y hermano de toreros. Su tauromaquia nació con él mismo en la cuna. Pero no se olvide su rama materna, la de la bailaora Gabriela Ortega, emparentada con gitanos y toreros de Cádiz, tales como Antonio Ortega, El Marinero, El Cuco y algunos más. Cuando falleció el padre y el pequeño José apenas tenía tres años, la familia se mudó a Sevilla y abandonó la placita de tientas donde había soñado lances por primera vez en su vida. En Sevilla, en la Alameda toreó a los chavales que le embestían y a una perrita llamada Diana, para más tarde fugarse a ‘la huerta del médico’, que era don José Sánchez Mejías, el padre de Ignacio. A partir de entonces, las hazañas del niño corrieron de boca en boca por los corrillos y los cortijos. Comenzó así una carrera de prodigios, primero como novillero sin picadores, luego con ellos, alternado mucho con Limeño, para tomar la alternativa el 28 de septiembre en Sevilla de manos de su hermano Rafael cuando tenía 17 años. En ese mes, el 1 de septiembre, había sufrido en Bilbao la primera cornada seria de vida torera.

Joselito fue un niño sano en apariencia. La primera fotografía que nos ha llegado es la de la Huerta del Algarrobo, con el niño simulando la suerte suprema a un chaval que hace de toro, que no es otro que su hermano Fernando, mientras el padre, envejecido y algo obeso, observa la escena con evidente aspecto de felicidad. Ese niño de la fotografía, ya impregnado por todo lo que supone vivir lo que es el toreo, es un niño bien crecido para tener dos años, aparenta fortaleza y nada nos hace pensar que tiene alguna enfermedad.

Joselito creció con normalidad. Tenía la cara de Gallo de todos los de su estirpe, la tez cetrina y las pupilas negras, junto a una mueca melancólica, casi crispada con un rictus, en unos labios gruesos. No era ni enfermizo, ni débil ni bajo de bajo de estatura.

Fue un joven ágil y atlético. Aunque su padre estaba enfermo, su madre, la ‘señá’ Gabriela, tenía un cuerpo esbelto y armónico como bailaora que había sido. Se admite que Joselito tenía la complexión y el carácter de su madre. Con sus hermanos, apenas tenía un leve parecido.

Joselito fue un muchacho alto para la estatura media de los españoles del comienzo del siglo XX. De osamenta delgada y musculatura larga, ofrecía una sensación física de serenidad en espera de poder expresar su fuerza innata. Con talle corto y piernas largas, Joselito era ligeramente estevado, es decir que tenía las piernas arqueadas con las rodillas abiertas, algo que podía estar condicionado por su afición a montar a caballo. Ese leve arqueo de las piernas le infundía una apariencia vigorosa y cierto donaire en su tauromaquia, siempre poderosa y dominadora. De cabeza redonda, de patricio romano se ha definido, desde joven se atisbaron unas amplias entradas que hubieran podido acabar en calvicie si la vejez le hubiera llegado.

No hay datos en sus biografías de enfermedades en su infancia y juventud, aunque se supone que debió padecer las mismas que soportaron los niños y jóvenes del comienzo del siglo XX. Se ha especulado sobre una posible dolencia hepática sin fundamento, debido a que la esclerótica de sus ojos se teñía en ocasiones de color amarillento. Este tinte ictérico poco marcado y ocasional debía estar justificado por una hiperbilirrubinemia indirecta, una entidad muy frecuente que no es patológica, pero que aparece en algunas personas en situaciones de estrés, fiebre o después de un ejercicio físico intenso. Es muy común y no es signo de ninguna enfermedad del hígado.

Sus biógrafos coinciden en que durante las temporadas se cuidaba con esmero, pero que fuera de ellas era muy goloso y comía con generosidad. Está comprobado que, igual que le ocurriera a su padre y a su hermano Fernando, Joselito tenía tendencia a ganar peso con facilidad. En este sentido hay un testimonio del doctor Gregorio Marañón que lo achaca a un hipertiroidismo esta obesidad, pero es una opinión algo más que discutible. Los pacientes con hipertiroidismo suelen ser delgados, mientras que los hipotiroideos son obesos. Como toda regla tiene su excepción, algunos pacientes con aumento de la función tiroidea puede ser gruesos, pero es algo excepcional. Desde la atalaya del tiempo pasado, lo más probable es que la obesidad de algunos varones de la familia se debiera simplemente a un componente genético.

Hay cierta coincidencia al admitir que la salud de Joselito El Gallo no era perfecta. Con frecuencia tenía décimas de fiebre. También se ha reseñado que tenía malas digestiones, que muchas veces eran lentas y pesadas. Sin embargo, estas incidencias no le hicieron mella en los años de sus comienzos como torero.

El carácter de Joselito ha sido objeto de distintas opiniones. No hay ninguna duda de que era un ser de una voluntad de hierro, altivo, ambicioso y competitivo. Su apariencia denotaba cierta tristeza. No se dejaba ganar la pelea por nadie. Solo pensaba en el toro, de forma que sus escarceos fuera de la plaza son poco relatados.

Parece confirmado que fue a finales de 1913 cuando tuvo el primer episodio intenso de fiebres que lo prostraron en cama. Se tiene constancia de que ya antes las había padecido, aunque no tan severas como las de esta ocasión. Así lo describe con precisión Paco Aguado en su excelente libro, ‘El Rey de los Toreros, Joselito El Gallo’: “Durante ese invierno volvieron a afectarle esas altas fiebres gástricas que nunca más le dejaría, y las dos semanas que pasó en cama le impidieron prepararse con la intensidad adecuada”.

 Los doctores Blanco y Ruíz se encargaron de su asistencia. El diagnóstico fue de ‘fiebres gástricas’. Se le recomendó reposo, dieta blanda y algo astringente, porque se recoge en que algún momento tiene tendencia a la diarrea, así como friegas de alcohol para los accesos febriles. Este episodio se prolongó mucho tiempo. La ‘señá’ Gabriela y sus niñas, Gabriela, Trini y Dolores, cuidaron al enfermo y le dieron ánimos en todo momento. Cuando la enfermedad hizo crisis, José estaba muy desmejorado. Ya durante la enfermedad se había sentido muy afligido por la falta de fuerzas. La alimentación fue muy cuidadosa y algo estricta, de forma que cuando desapareció la fiebre estaba muy decaído. Había perdido mucho peso. Sin embargo, en cuanto se recuperó se fue a la finca de Pablo Romero para prepararse porque el 14 de marzo de 1914 estaba anunciado en Barcelona.

En la temporada de 1916, de nuevo tuvo fiebres de nuevo. Ya se habían convertido en algo crónico. Los doctores le recomendaron reposo y no pudo acompañar a la Macarena, aunque la ‘señá’ Gabriela consiguió cambiar el itinerario para que pasara el desfile por delante de la casa de José, que en el balcón y de rodillas rezó pidiendo a la Macarena por su rápido restablecimiento. Toreó 105 corridas en 1916 y mató 251 toros, pero perdió doce festejos por su padecimiento intestinal.

El 25 de enero de 1919 murió doña Gabriela Ortega, la madre del torero. Joselito enfermó de pesadumbre. Una vez más, llegaron las fiebres que otra vez se tildaron de gástricas. En esas fechas, el color amarillento de la esclerótica se hizo presente con más intensidad. “Se me ha roto el molde y se me ha roto la vida”, dijo José. Para colmo, la imposibilidad de ser aceptado por la familia de la mujer que amaba, Guadalupe, le quebró aún más el ánimo. En su intimidad familiar y personal estaba hundido.

Cuando acabaron los actos fúnebres, José entró en una profunda crisis nerviosa. Con la tensión de aquellas, nuevamente presentó las crisis de fiebre y los problemas intestinales. Se fue con su hermana Lola. Todo se había puesto en su contra. Había muerto su madre, tenía una relación complicada con sus hermanos y no se admitía su relación con Guadalupe. Tanto estrés desencadenó otra crisis de su enfermedad. El viaje previsto a Lima lo aplazó para finales de ese mismo año. Esa temporada de 1919 se encargó varios ternos bordados en azabache y lució un capote de paseo negro de luto.

Todo lo demás es sabido. A finales de 1919 toreó en Lima. Volvió para torear en España en 1920 con un terno de luto riguroso. Así, paso a paso, se acercó a la hora fatal de Talavera de la Reina, donde se encontró con un toro burriciego de nombre ‘Bailaor’ que le quitó la vida. La cornada fue tremenda. La causa de la muerte se ha dicho que fue un shock traumático. En algún texto se ha escrito, sin fundamento, que murió de miedo. El shock por el traumatismo, el intenso dolor y la posible pérdida de sangre fueron determinantes para precipitar la muerte.

Pero, ¿qué eran las fiebres gástricas que padeció en varias ocasiones? Todos los biógrafos de José insisten en su habitual padecimiento como un freno en su trayectoria. En aquellos años de los comienzos del siglo XX no había ningún tratamiento específico para enfermedades infecciosas. No se habían descubierto ni las sulfamidas ni los antibióticos.

Habría que preguntarse qué tipo de afección tenía Joselito El Gallo. Sabemos que padecía fiebre, dolor abdominal, gran decaimiento y tendencia a la diarrea. Aunque el síntoma predominante era la fiebre, todos los médicos que lo atendieron la etiquetaron como de origen digestivo. Se puede entender de forma razonable que no se trataba de una enfermedad infecciosa, debido a la presentación de forma recurrente. Se puede tener una infección intestinal pero una vez superada no debe volver a presentarse. Se trataba, sin duda, de una enfermedad no infecciona y recurrente, que cursaba con síntomas intestinales y una enorme depresión física y anímica.

Durante algún tiempo anduve buscando datos de la posible enfermedad de Joselito. Un día, al volver a repasar la biografía publicada en El Ruedo en 1945 por Felipe Sassone, cuando el escritor peruano se refería a esta enfermedad del torero, observé una anotación al margen, escrita por mi padre, médico de profesión y gallista hasta la médula. La anotación, algo borrada por el paso del tiempo decía: ‘Enfermedad granulomatosa intestinal no microbiana’.

De golpe lo entendí todo. Allí decía que Joselito podía padecer los que hoy en día se conoce como Enfermedad de Crohn. Nunca pude hablar de ello con mi progenitor. No puedo afirmar que tuviera alguna certeza de que esa afección era la que lo atenazaba de forma intermitente. Mi impresión es que, en su ejercicio de la medicina, reconoció los síntomas de José como los que produce esta enfermedad intestinal

La enfermedad de Crohn es una inflamación crónica del aparato digestivo que cursa por brotes. Los síntomas son muy variados, aunque la fiebre, el dolor abdominal, la diarrea, la astenia y la pérdida de peso son muy frecuentes. La misma intensidad de los síntomas es distinta según los pacientes. Afecta a cualquier parte del aparato digestivo, sobre todo al intestino delgado y al colon. Es más frecuentes en personas jóvenes. Los brotes de la enfermedad pueden estar desencadenados por diversos factores, pero se admite el papel fundamental que desempeña el estrés en el curso del proceso. Fuera de los brotes de actividad del proceso, las personas que lo padecen pueden permanecer asintomáticos. Esta inflamación intestinal crónica fue descrita por el gastroenterólogo Bernard Crohn en el año 1932.

En los años de vida de Joselito no se conocía esta patología, que no tuvo un tratamiento oportuno hasta muchos años después de su descripción. De hecho, en la actualidad, aunque se utilizan terapias inmunológicas y biológicas, sigue siendo considerada como una entidad de carácter crónico. Muchos pacientes con esta enfermedad deben pasar alguna vez en su vida por el quirófano.

No se puede afirmar que Joselito El Gallo tuviera una enfermedad de Crohn. Hay datos que lo sugieren. La evolución de sus síntomas nos hubiera acercado a la certeza, pero la muerte del torero en Talavera lo deja todo en una mera suposición.

La pregunta se ha hecho muchas veces. ¿Hasta dónde hubiera llegado la tauromaquia de Gallito si ‘Bailaor’ no se cruza en su camino el 16 de mayo de 1920? ¿Cómo hubieran avanzado las formas toreras de José y Juan bajo la evidente influencia mutua que ambos se ejercieron? Son preguntas que se han quedado sin contestación. Más allá de la frase de Juan, la que le dijo a Chaves Nogales: “José me ganó la partida en Talavera”, el destino estaba escrito de forma trágica.

Sin embargo, y como simple especulación, si José hubiera tenido esta enfermedad inflamatoria del intestino, su futuro en los ruedos hubiera estado muy comprometido, porque los brotes suelen aumentar de frecuencia con el paso del tiempo y, en ocasiones, aparecen complicaciones severas, que en aquellos años hubieran sido de difícil tratamiento.

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