Carlos Crivell.- Están las cosas algo enrevesadas en la Fiesta. Dentro de dos semanas, si no hay frenazo anterior, se votará en el Parlamento de Cataluña la ILP y todo apunta a que saldrá adelante. Además del odio a todo lo que se identifique con España, el momento no ayuda con la polémica del Estatuto. Estos individuos, que odian a España, consideran a la Fiesta como un símbolo de la nación, motivo por el que hay que acabar con ella. Cualquier día pensarán que el flamenco es también es algo español y lo prohibirán en Cataluña.
Algunos sectores culpan al toreo en general de la actual situación de las cosas con relación a Cataluña. Los taurinos tiene la culpa de cómo está la Fiesta, pero no tienen responsabilidad en lo que puede pasar en territorio catalán. El toreo siempre ha sido una Fiesta grande en Cataluña. Los distintos estratos del taurinismo no pueden luchar contra esta sinrazón que atenta contra la libertad de las personas. Si la Fiesta desaparece de Cataluña no será para proteger a los animales, en absoluto, es una simple cuestión política. Esos mismos descerebrados, en general todos los llamados animalistas, aprueban el aborto incluso cuando el feto ya está desarrollado. Y eso sí que es un crimen.
Los integrantes del mundo de los toros y los aficionados en general no podemos hacer nada contra la situación de las cosas en Cataluña. Pero sí podemos hacer cosas para que las corridas sean un espectáculo tan grandioso que merezca la pena acudir a las plazas a ver la lidia y muerte de los toros por unos auténticos héroes. En ese terreno, o se hace un propósito de enmienda real y efectivo, o todo seguirá un curso descendente capaz de conseguir que las corridas sean un espectáculo mal visto y apartado de las esferas de máxima difusión. Hay quien se queja de la escasa presencia de los toros en los medios generalistas. Es cierto. Pero quien así opina debe saber que los toros, según los medios de comunicación influyentes, apenas venden en estos momentos. No es una casualidad que los periódicos no cuenten lo que pasa en los ruedos, salvo en las feria de mayor importancia; tampoco es casual que los medios públicos estatales hayan aparcado los toros a un rincón e incluso casi los hayan retirado de la programación; hay una creencia generalizada de que hablar de toros no es correcto. El toreo sólo es noticia cuando sus protagonistas se implican en asuntos del corazón. Es decir, que hay poca información de manera premeditada. No hay que ir más lejos: muchas marcas comerciales no quieren asociar su imagen con el toreo porque piensan que les perjudica.
En estas estamos. A punto de cerrar Cataluña y con la Fiesta en sus cuarteles de invierno (es decir, que apenas los muy interesados viven con pasión los acontecimientos del toreo; la gente normal sólo conoce a los lidiadores famosos por sus peripecias amorosas).
Pero no hay que desgarrarse las vestiduras. El toreo es muy grande y puede mantenerse perfectamente en nuestra sociedad como un símbolo de un arte y una cultura muy amplia que sólo en España y en sus zonas de influencia se ha podido desarrollar. El toreo tiene que adaptarse a esta nueva situación y vivir de forma airosa con su esencia. Esa posibilidad de que la Fiesta se mantenga en su sitio, plena, interesante y capaz de ser un espejo de costumbres, raíces y forma de entender la vida, está en la mano de los propios protagonistas. La Fiesta no necesita salvavidas ni está en la UCI. Pero sus actores deben recapacitar. La mejor propaganda de la Fiesta es ella misma. La mejor publicidad del toreo es una buena corrida de toros. Y lo único que puede salvar al toreo es el mantenimiento de la emoción. Si no hay emoción, este barco se hundirá.
Por tanto, todos deben devolverle al toreo algo que, desgraciadamente, ha perdido. Y la medicina que debe aplicarse no es de efectos inmediatos, sino que lo que se haga ahora comenzará a surtir efectos en unos cuantos años.
¿Cómo está el toreo? Cuando se lee a escritores de algún prestigio, que por desgracia se han convertido en publicistas porque sus medios deben vender una Fiesta próspera para mantenerse con los ingresos de los protagonistas en forma de publicidad, parece que todo es maravilloso. Y la realidad es muy diferente. El toro no está en buen momento; no hay toreros con suficiente personalidad para arrollar en los carteles; los empresarios no piensan en el futuro; los políticos, mejor olvidarse de ellos.
El toro de hoy es probablemente más bravo, podría decirse que es más toreable por noble, pero para conseguir ese toro monocorde se han eliminado otras características, como la agresividad. Y sin toro pujante, agresivo y con movilidad, no hay Fiesta de verdad. Si el que está en el tendido piensa que se puede poner delante del toro cuya lidia presencia, mal asunto. Este año he presenciado cerca de un centenar de festejos. Si hay tiempo podría entresacar los toros buenos que se han lidiado en esos festejos, pero son muy pocos. Entre los títulos de mis crónicas, y también las de otros críticos, se repiten siempre las mismas cantinelas: falta de casta y de fuerzas. El toro debe ser el elemento fundamental para conseguir una corrida emocionante. Por cierto, ¿qué decir del permanente afeitado de las reses? En algunos sitios, yo mismo lo he hecho, se ha destacado este año que algunos toros parecían íntegros. Se llega a considerar lo normal como noticia, lo que quiere decir que casi siempre todo es anormal.
Y otra pregunta. ¿Esa Mesa del Toro, cuyos esfuerzos agradezco y valoro como aficionado, nunca va a denunciar el permanente afeitado de los toros de estos tiempos? Soy un ingenuo, pero si el toro no impone el respeto en la plaza, nada tiene importancia. Uno de los caminos de la regeneración de la Fiesta pasa por la propia regeneración del toro.
No se trata ahora de hacer un análisis de la torería andante. También se comenta que tenemos el mejor plantel de toreros de la historia. Es absolutamente falso. Sin restarle méritos a los toreros de nuestros días, estamos en un tiempo de toreo monótono, donde todos se copian unos a otros, casi siempre abusando de un toro con escasa vitalidad y con el que todos quieren arrimarse cuando el animal está ya casi muerto. No hace falta recordar cómo está el toreo de capa; la suerte de varas, casi desaparecida, la lidia en sí misma, que se ha reducido a la faena. Hay buenos toreros, como siempre, pero totalmente acomodados al sistema, que son incapaces de enfrentarse al toro íntegro y pujante.
El sistema tiene que cambiar. Es preciso organizar los festejos justos que cada plaza sea capaz de ofrecer. Las plazas de titularidad pública se ha convertido es un sistema para sacar dinero por parte de las administraciones. El entramado cierra las puertas de empresario jóvenes para seguir siempre con lo mismo. Los políticos no ayudan, más bien vienen a lucrase. Cuando llegan las Ferias, todos a los toros, naturalmente al callejón.
La regeneración pasa por ofrecer espectáculos interesantes, ingeniosos, en los que se lidien toros de verdad por toreros, los que sean capaces, dispuestos a ofrecer lo mejor. Que cada corrida sea un encuentro emotivo, para que cuando la gente menos aficionada salga de la plaza esté anhelando volver porque ha sentido que la corrida de toros es un escenario de vida y muerte propio de privilegiados. Sólo así la Fiesta podrá supervivir por sus propios méritos. Si todo sigue como hasta ahora, la decadencia será lenta pero inexorable.