Foto: Javier Arroyo (Aplausos)

Carlos Crivell.- El mando de la tele ha quedado casi descuajaringado. De Canal Sur a Toros de Movistar, casi puedo alardear de haber podido ver al completo la corrida de Constantina y la de Vista Alegre. Lo primero que me inquieta es la edad de los espadas que cierran ambas ternas. Esaú cumple diez años de alternativa y Ureña, quince. Esto del relevo es pura entelequia. Saltando de una a otra, hay momentos en los que no sé dónde estoy. Solo la discreción de los comentaristas de Madrid, hoy más calladitos, me orienta, porque en Espartinas hay voces mantenidas y fuera de tono durante todo el festejo. La corrida de Espartaco tiene presencia de plaza de primera, pero los tres primeros de Vista Alegre no llegan al mínimo exigido para una plaza que está en Madrid.

La corrida del maestro de Espartinas ha sido brava en general con algunos toros muy nobles. La de Alcurrucén ha salido encastada, pero con mansedumbre y algunos problemas. Ambas han sido de alto interés. He podido ver algunas canas en el pelo de El Juli. El niño prodigio del toreo ya tiene hilos plateados. Pero no es el único de la tarde. Bajo la gomina de Manzanares y Ureña también se aprecian pelos blanquecinos. Menos misterio tienen la canicie de Curro Díaz o la de Escribano. Puertos a mirar con lula, hasta Esaú tiene ya alguna. Es lo que pasa con los sufrimientos.

Me ha gustado El Juli en general. Su dominio es apabullante, aunque la velocidad de su toreo y los toques fuertes no son de mi cuerda. Su toreo por bajo y la forma de encontrar siempre al toro es admirable. Ha podido lograr un triunfo de clamor, pero la espada ha sido fiel a su protagonista. El Juli mata mal como norma habitual, incluso cuando entierra la espada a la primera.

He disfrutado con una faena exquisita de Curro Díaz al excelente cuarto de Constantina. El de Linares tiene buen gusto y lo mató de forma contundente. He sufrido con Manolo Escribano, que anduvo muy entregado siempre, toreó bien al excelente segundo y luchó contra la condición más incierta del quinto. Lo de las banderillas es para que se lo piense, aunque si Escribano no pone los palos ya no es el mismo. Y muy afanoso siempre Esaú, mejor con el tercero, algo encimista, pero con muchas ganas de agradar. Esaú es la prueba del algodón: no engaña nunca.

Manzanares ha tropezado con dos toros exigentes y la realidad es que ha solventado la papeleta si bien con escaso lucimiento. Y me he sentido muy defraudado con Paco Ureña, que tiene el comodín del público siempre a favor. Con el manso sexto debió apostar con más ganas. Y si el toro quería tablas, pues a torearlo en las tablas.

Al final, me quedo con la sensación de que los toreros de estas dos corridas tienen ya una historia escrita. Al menos, es más que evidente que peinan canas.