Carlos Crivell.- Aunque alguno se ha indignado con el título de la información, que no es más que un juego de palabras, lo de Ricardo Gallardo en la segunda Lección Magistral de Aula Taurina fue un ejercicio de lucidez ganadera en un personaje que ciertamente despierta tantas adhesiones como repulsas, producto de su estilo directo y sin recovecos.

El Salón de Carteles registró una pobre entrada en esta ocasión, lo que nos lleva volver a considerar dónde está la afición de Sevilla, sobre todo en actos en los que un grupo de aficionados se esmeran por presentar a los protagonistas más interesantes del momento. Llegarán los días de la Feria, todo lujo y esplendor, y se pondrá el no hay billetes en las presentaciones y entregas de premios, pero cuando un ganadero acude a contar su visión del mundo del toro bravo, la respuesta de la afición sevillana deja mucho que desear. Tal vez sea que no hay apenas afición, porque lo que llegará con el aluvión de espectadores en la Feria no es verdadera afición, sino que es más bien público de paso. Lo más sorprendente de esta ausencia de testigos en un acto tan significativo es que tampoco suelen acudir los medios de comunicación a contarlo, lo que ya merece una reflexión diferente y no es el momento.

Contado esto, Gallardo estuvo serio, cabal, sabio y elegante, tan vez más humilde que nunca, pero dejó perlas jugosas en una nueva lección magistral de Aula Taurina.

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