GastónRamirez2014Gastón Ramírez Cuevas.- Cuando se supo que miles de toros de Daniel Ruiz (una ganadería que no vale nada, de las favoritas del sargento Juli, líder del G-5) habían sido rechazados; cuando nos enteramos de que los toros originalmente reseñados no fueron los que mandó el ganadero (?) al reconocimiento, y cuando se confirmó la noticia de que el encierro sería parchado con ejemplares de Fuente Ymbro (que ya ha pegado un petardo importante en esta triste feria), temimos lo peor.

Por un lado, los aficionados optimistas pensaban que el festejo podía resultar un desastre; en cambio, por el otro, los pesimistas vaticinaban una catástrofe. Temo informarle, sufrido lector, que esta vez, como casi siempre en el mundo del toro, los pesimistas tuvieron toda la razón.

La terna se esforzó con creces, pero todo fue una vana porfía, aquellos remedos de toros de lidia (ya no digamos bravos) huían, rodaban por el albero, no tenían un pase y cosas por el estilo. Lo peor fue que al muchacho gaditano, David Galván, el sexto (un toro manso con peligro) le asestó una cornada grave cuando arteramente dejó de escapar para coger al pundonoroso espada.

Por un momento pareció que la tarde podía depararnos algo bueno, cuando el segundo de Daniel Ruiz demostró bravura, fuerza y alegría al acudir a los capotes de Nazaré y su cuadrilla. Luego el pobre animalito dio tres vueltas de campana, le picaron en serio y con eso lo dejaron para el arrastre, con la subsiguiente devolución a los corrales.

A partir de ahí los perplejos aficionados fuimos víctimas del tedio coagulante, pues –parafraseando a José Jiménez Lozano, el escritor español- en esas corridas del engaño y la mala suerte ya no iba a venir nadie, ni a nadie se esperaba, ni tampoco nada había que pudiera salvarnos.

El fracaso moral de algunos ganaderos es obvio, ruin y despreciable. Pero no es sólo de ellos la culpa, alguien pide esos toros año tras año y alguien los compra. Lo que es menos evidente es cómo todavía hay gente buena que paga su entrada y aguanta tres horas una farsa infamante. En otros tiempos, por menos que eso, el público armaba broncas memorables, de las de pedradas, insultos soeces, quema de todo lo combustible en la plaza y botellazos. Ya no, y por eso los empresarios, los toreros, las autoridades y los dizque ganaderos se burlan impunemente de nosotros.

Aunque sea un tópico no está de más repetirlo: los antitaurinos no van a acabar con la Fiesta, los verdaderos verdugos de las corridas de toros son los negociantes fariseos que medran dentro de la misma.

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