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Ventura, ayer en Madrid

Antonio Lorca.- Al primer espectáculo de rejoneo de la feria le faltó clamor, calor, intensidad, espectacularidad… Y el culpable, seguro, fue el Atlético de Madrid, que tenía en vilo a la mayoría de la plaza, más pendiente de los transistores que lo que sucedía en el ruedo. El partido acabó justo en el momento en que Leonardo Hernández templaba magistralmente a su primero, al tiempo que el público celebraba con gritos y aplausos el triunfo del equipo madrileño. El rejoneador, sorprendido por tanto entusiasmo, sonreía feliz y levantaba los brazos en la creencia inocente de que los vítores eran para él. Cosas del rejoneo, al que ya se sabe que acuden espectadores festivos más amantes de la heterodoxia circense que de la sujeción a la reglas del toreo a caballo; en el colmo del absurdo, hay quien, como en años precedentes, sale de su casa con espléndidos pollos de corral que ayer se lo ganaron Ventura y Hernández.

Ventura, precisamente, falló con el rejón de muerte en el primero y todo su premio se redujo a una ovación, pero su actuación rayó a la altura acostumbrada. Quede claro, no obstante, que este espectáculo pierde a borbotones su esencia. A nadie parece importarle la adecuada ejecución de las suertes, sino que arpones, banderillas y rejones queden prendidos en la superficie negra del toro, y todos se diviertan con las piruetas de los caballos. Dicho lo cual, quede constancia de que Ventura desplegó toda una exhibición de doma y, sobre todo, de temple. Sacó a siete caballos, a cada cual más torero. Maletilla paró con inteligencia al primero; Chiclana es un señor del temple; Milagro quiebra con pasmosa facilidad; Nazarí es torero puro, y se adornó con Oro, Mandela (¡vaya nombrecito!) y Remate. Solo cortó una oreja, pero Ventura sigue estando en las alturas.

Hernández bregó, primero, con un manso de libro y se justificó sobradamente. Triunfó en el quinto, al que templó de forma extraordinaria y le cambió el viaje en un terreno inverosímil. Clavó con acierto y rubricó la faena con un precioso par de banderillas a dos manos y un acertado rejón de muerte. La oreja fue merecida.

Y confirmó su alternativa Andrés Romero, impetuoso, bullanguero, y violento en el manejo de las cabalgaduras, pero muy espectacular, también. Deficiente en su primero (clavó cómo y dónde Dios le dio a entender), y mejor ante el manso sexto, ante el que protagonizó un quiebro perfecto sin espacio aparente para la salida del caballo y se lució en el tercio de banderillas. No acertó con el rejón de muerte y no pudo gozar de la oreja ni del pollo de corral. Al menos, ganó el Atlético.

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