Antonio Lorca.– ¡Qué emoción! ¡Qué arrebato! ¡Qué efusividad! ¡Qué ovación tan cerrada y unánime —toda la plaza puesta en pie— le dedicaron al romperse el paseíllo…! Madrid está con él. No hay duda.

Él es Juan José Padilla, el héroe del pueblo, el torero que ha conseguido hacer de su desgracia un triunfo admirable.

Acudió a Las Ventas para despedirse, pero no pudo responder al enorme cariño recibido. Lo da todo, pero no es un exquisito, y se anunció con una corrida de figuras, que no es asunto nada fiable… La despedida comenzó con tambores y trompetas y acabó en silencio. Sea como fuere, guste más o menos, es justo reconocer su gran valía como ser humano y su categoría extraordinaria como torero.

Padilla lo intentó en todos los tercios, toreó a la verónica, colocó banderillas a toro pasado, se lució en dos pares al violín, dio pases a derechas e izquierdas, mató mal y nada salió como él habría soñado. Queden en el recuerdo ese recibimiento espectacular del público, y los inicios de las dos faenas de muleta: de rodillas, junto a las tablas, en su primero, y por bajo, en el segundo. Ambos toros tuvieron una vida muy corta en el ruedo, y Padilla no pudo recetarles vitaminas. Mención especial merece su subalterno Daniel Duarte, eficacísimo en la lidia del cuarto.

La verdad es que la corrida de Jandilla fue una birria. Varios toros pasaron por el caballo para un análisis clínico; casi todos llegaron moribundos a la muleta y ninguno destacó más que por una noble falta de casta y excesiva sosería.

A pesar de ello, Castella cortó una oreja al quinto —agotado se mostró el segundo y anodino el torero—, que cumplió en varas y mostró buen son en los primeros compases del tercio final.

Por enésima vez, comenzó la faena con un pase cambiado por la espalda en el centro del anillo, lo que elevó los entristecidos ánimos del respetable; y aprovechó el buen son del toro en las dos primeras tandas con la mano derecha, embebido el animal en la muleta.

Después, con la pañosa en la zurda, sufrió un desarme y ahí acabó todo. Mejor dicho, comenzó otra fase, basada en el toreo despegado, en los circulares que enardecen —no se sabe muy bien por qué— a los tendidos y en un arrimón que acabó con el cuadro. Y todo ello, en el centro del ruedo.

Cuando mató de una casi entera se masticaba la posibilidad de que le concediera las dos orejas, pero, felizmente, no fue así. Pero que la paseó, merecida, sin duda alguna.

Y Roca lo intentó con todas sus fuerzas, pero se fue de vacío; tampoco tuvo oponentes serios. Capoteó a la verónica, por chicuelinas y gaoneras. Aguantó como un poste ceñidos pases cambiados por la espalda en su primero, y estatuarios espectaculares en el sexto. Luchó contra la mortecina vida del tercero y persiguió al muy manso último. Ya sabe: debe cambiar de hierro ganadero.

Toros de Jandilla, correctos de presentación, mansos, muy blandos y agotados.

Juan José Padilla: metisaca, estocada caída, un descabello y el toro se echa (silencio); pinchazo, casi entera y dos descabellos (silencio).

Sebastián Castella: estocada muy baja (silencio); casi entera fulminante (oreja).

Roca Rey: gran estocada (palmas); estocada (gran ovación).

Plaza de Las Ventas. Undécimo festejo de la Feria de San Isidro. 18 de mayo. Lleno de ‘no hay billetes’.

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