Posada_cogidaAntonio Lorca.– El más brillante de la clase fue Posada de Maravillas. Cortó una oreja y contó con el beneplácito del jurado examinador. Bien es cierto, no obstante, que pagó un caro y duro tributo. Casi con toda seguridad, a estas horas no podrá moverse de la cama, porque, a pesar de que solo tiene veintiún años, no parece que haya cuerpo capaz de aguantar la paliza que le propinó el cuarto de la tarde cuando trataba de colocarlo ante el caballo. El novillo se le coló aviesamente por el costado derecho, lo levantó como un guiñapo y lo tiró contra el suelo con furia desatada; no contento con el costalazo que le había propinado, lo enganchó por la chaquetilla, volvió a lanzarlo al aire y le propinó otro tortazo tremendo, de esos de los que una persona normal no se levanta si no lo hace con la ayuda del equipo de una ambulancia.

El muchacho, que, por su edad, parece de goma, pero no lo es, se incorporó a duras penas con el auxilio de medio callejón, y, con el cuerpo roto y andares impropios de sus pocos años, llegó hasta el estribo de la barrera, donde se dejó caer porque no podía mantenerse en pie. Lo introdujeron en el callejón, lo rodearon bien rodeado para que no percibiera una gota de aire (algo muy español, por otra parte, en tesituras de este tipo), lo despojaron de la chaquetilla, tomó aire como pudo, y salió con la muleta y la montera en las manos para brindar al público desde el centro del ruedo.

Así, en camisa, con el sufrimiento reflejado en el semblante, seguramente mareado y el dolor en las mismas entrañas, Posada de Maravillas (hay que reconocerle que el nombre desgrana una sublime originalidad), se dispuso a dar lo mejor de sí mismo. Hizo de tripas corazón, rehizo en el ánimo lo que con las fuerzas no podía, y explicó a la plaza que tiene personalidad, hechuras de torero, inspiración y sentido de la armonía.

Recibió al novillo en los medios con la muleta plegada, al estilo del cartucho de pescao de Pepe Luis, y siguió por naturales hondos y largos. Cambió de manos y dibujó muletazos de peso, que cerró con un garboso cambio de manos. Naturales de nuevo —era por ahí por donde mejor embestía su oponente— y corrió bien la mano en una exhibición de gracia y aroma que hacía rato que había llegado a los tendidos. Con la vista nublada estaría cuando se dirigió a la barrera para cambiar la espada, cuando lo que de verdad anhelaba era el agua milagrosa, esa que a los toreros le derraman por la nuca y le llega hasta la planta de los pies, y los renueva y vivifica.

Posada de Maravillas fue el más brillante de la clase, pero su examen no fue de matrícula de honor; quizá, porque es hijo de su época y su concepción del toreo, radiante desde la cuna, está manchado de los pecados de la modernidad.

En las escuelas taurinas de hoy está vigente un plan de estudios que suena a obsoleto. A los chavales les enseñan a ponerse bonitos, a ensayar los desplantes, a besar el vaso del agua, brindar con garbo al respetable, andar con cierta chulería y hacerse con el peso de los engaños, pero lo que es torear como mandan los cánones clásicos, eso ya es arena de otro costal. Raro es el novillero (Posada incluido) que no cita al hilo del pitón, lejos de los pitones (fuera cacho), en línea recta y despegado. Es decir, les enseñan a dar pases, pero no a torear. Se entiende así que en esto del toro haya tan alto índice de abandono de escolar.

Hace falta un nuevo plan de estudios. Porque no es suficiente el valor (Roca Rey lo tiene de sobra) ni manejar con soltura el capote (los tres lo hacen con cierta suficiencia); el toreo hay que sentirlo en el alma.

Clemente (francés, pero con la misma enseñanza) debe cambiar de método si quiere evolucionar. No le ayudaron sus novillos, pero dijo poco. Roca Rey lo intentó de veras. Su primero se hundió pronto, y el otro, muy dificultoso, lo puso en apuros.

Pero los tres (Posada en su primero lo dejó claro) necesitan un cambio de plan. El toreo que apasiona es muy diferente a como ellos lo ejecutan.

Monumental de las Ventas. Lunes, 18 de mayo de 2015. Undécima de feria. Menos de tres cuartos de entrada. Novillos del Conde de Mayalde, bonitos, terciados y mansos desfondados los tres primeros; con más presencia los tres últimos; extraordinario el 4º por las dos manos; a la defensiva el parado 5º; una prenda violenta el serio 6º.
Posada de Maravillas, de nazareno y oro. Pinchazo y estocada honda (silencio). En el cuarto, estocada (oreja).
Clemente, de rioja y oro. Estocada muy trasera y tendidísima, pinchazo, pinchazo hondo y tres descabellos (silencio). En el quinto, media estocada y descabello (silencio).
Roca Rey, de salmón y oro. Pinchazo y estocada (silencio). En el sexto, pinchazo, pinchazo hondo y estoconazo (saludos y ovación de despedida).

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