Álamo_21-5-14

Juan del Álamo, ayer en Madrid

Antonio Lorca.- Un artista suele ser un problema; sobre todo, si es un toro y luce astifinas defensas; aunque sea guapo y desprenda bondad en su semblante. Aunque su embestida sea de una nobleza almibarada, dulce su comportamiento, y de finas y elegantes maneras. Ni una mala palabra, ni un mal gesto; obediente y agradable a la vista. Que sí, que no es un dechado de perfección, porque le falla la fortaleza, le puede el aburrimiento y, en ocasiones, la falta de casta.

Pero ese toro, llamado artista por su creador, el ya desaparecido Juan Pedro Domecq, existe y salió ayer en la plaza de las Ventas. Ese fue su proyecto de vida, y el sueño del escalafón completo de los toreros. Todos han querido alcanzar la vitola de figura para lidiar y triunfar con los toros artistas de Juan Pedro.

Pero es artista es un problema porque impone, a su vez, unas condiciones que no residen en todos los corazones. Es un problema porque exige una contrapartida que solo poseen unos pocos privilegiados.

Ayer, sin ir más lejos, quedó claro que los tres señores que se vistieron de luces no estaban en condiciones de responder a las exigencias de los toros. Y no es que salieran al ruedo bombones con las orejas colgando; no fueron, esa es la verdad, artistas excelsos, pero ofrecieron algunos de ellos, uno para cada torero, calidad y bondad suficientes para tocar el triunfo con la yema de los dedos.

Pues, no; no hubo triunfo. Bueno, cortó una oreja Juan del Álamo, pero de poco peso, de tono menor. Fue encomiable la actitud del torero, como en él es habitual, pero no estuvo a la altura de su primero, un auténtico merengue con la codicia justa, al que toreó muy despegado, sin cruzarse en ningún momento, y al hilo del pitón, por lo que toda su labor pecó de grave superficialidad. No fue, ni por asomo, faena de trofeo, pero mató de una buena estocada y la plaza, ayuna de triunfos y cansada de malos ratos, pidió mayoritariamente el premio.

No pudo corroborar el camino emprendido en la lidia del sexto, muy blando y soso, al que, sin embargo, volvió a insistir con la misma estrategia de citar fuera de sitio y alargar el brazo en demasía. No pudo ser, y mejor que así fuera porque no fue el de ayer un Del Álamo de triunfo.

Los casos de sus veteranos compañeros son distintos. Se confirmó que El Cid está en horas bajas, y sobran los calificativos para enjuiciar su incalificable actuación. No es ni sombra de lo que fue: desconfiado, inseguro, precavido, hundido, vencido… Verlo delante del bonachón que salió en primer lugar era un auténtico dolor. Huye del toro, pierde pasos en cada cite y le persiguen las prisas. Imposible, así es imposible hilvanar una tanda. Más justificado estuvo ante el cuarto, un muerto en vida, inválido y tullido. A pesar de todo, cómo quiere y respeta a este torero el público de Madrid; no olvida, y hace bien, sus tardes de gloria y pasa página ante los fracasos de su hijo bien amado.

El Fandi puso banderillas con su facilidad e irregularidad habituales, desaprovechó el nobilísimo segundo y pasó por la plaza a cero grados, sin frío ni calor. Su forma de torear es muda y todos los muletazos que consiguió darle al artista no dejaron más impronta que la calidad del animal. Alargó la faena en la búsqueda inalcanzable del ‘dorado’ y lo que se ganó fue un aviso. Recibió al quinto con un par de verónicas airosas, y le colocó cuatro pares de banderillas en el transcurso de una polémica simpática con el tendido 7 que le criticaba sus pares a toro pasado. Pero El Fandi hace lo que sabe y sonríe. El toro no tenía fondo y acabó pronto con la historia para satisfacción de todos.

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