Antonio Lorca.– Francisco de Manuel recibió a su primero como un señor. Tras el «buenas tardes» de rigor, habló con él del toreo a la verónica y del manojo que le recetó destacaron dos extraordinarias, y una media y una larga de categoría. Fue ese un diálogo sentido por el torero y vivido con emoción en el tendido. Cumplió el novillo ante el examen del picador, y De Manuel volvió en el quite con su disertación y dejó otras dos verónicas y una media que derrocharon sabor torero.
A continuación, Iván García clavó dos pares de banderillas de alta escuela por los que tuvo que saludar, y le acompañó el siempre brillante Fernando Sánchez que vendió mejor que ejecutó el suyo.
Brindó al respetable el novillero, y cuando se esperaba que la conversación tuviera enjundia, no fue así. Queda en el aire si sucedió por defecto del animal, que se acostaba por dentro, o del torero, al que no se le vio muy suelto ante un novillo orientado que lo enganchó por la pierna izquierda en la primera tanda con la mano derecha y embistió sin fuelle por el lado contrario. Lo cierto es que la charla se diluyó pronto y quedó en nada en el tramo final.
Pero De Manuel llegó a la plaza empeñado en hablar a la verónica. De tal modo, hizo un llamativo quite al primer toro de su compañero El Galo, e insistió por el mismo palo en el segundo, y en ambas ocasiones con brillantez. Y volvió a la verónica clásica en su segundo, y aunque solo fueron un par de ellas y una media, en el ambiente quedó el sabor del buen toreo.
Tampoco fue después más allá ante ese sexto. Demostró el torero sus buenas maneras, pero no hubo entendimiento ni dominio, y su labor con la muleta quedó plagada de claroscuros.
Claro que la novillada de La Quinta no fue noble en el sentido moderno del término. A nadie se quiso comer, pero tuvo sus dificultades. Aprendices aventajados, plantearon problemas de recorrido y miradas y no abundó la fijeza en sus embestidas. En fin, lo que siempre ha sido un toro, que no debe ser colaborador de nadie.
Quizá por eso, Ángel Jiménez, poseedor de una buena concepción, con gusto, que corre bien la mano, con empaque y templanza, no rompió en la tarde madrileña. El que abrió plaza era un carretón, sin pujanza ni codicia, con buena clase y ausencia de casta, y la aceptable labor del torero pasó desapercibida. Le molestó el viento en el cuarto, y él no estuvo fino, sino despegado, desangelado y con pocas ideas.
A El Galo le vino grande Madrid. Se llevó el mejor lote, los dos novillos aplaudidos en el arrastre, y el chaval, todo voluntad, naufragó sin atenuante alguna.
Novillos de La Quinta, correctamente presentados; los tres primeros cumplieron en los caballos y mansos los demás. Aplaudidos en el arrastre segundo, tercero y quinto. En general, encastados y complicados
Ángel Jiménez: estocada baja (silencio); dos pinchazos y casi entera tendida (silencio).
El Galo: dos estocadas (silencio); estocada caída (silencio).
Francisco de Manuel: pinchazo y estocada (ovación); estocada (ovación).
Plaza de Las Ventas. 27 de mayo. Décimo cuarta corrida de feria. Casi tres cuartos de entrada (16.873 espectadores, según la empresa).