Antonio Lorca.– El primer toro de la tarde mostró sus credenciales a poco de pisar el ruedo: venía dispuesto a aprobar con nota un curso acelerado sobre cómo meter miedo a los toreros en menos de cinco minutos.

Embistió con la cara alta y de pocos amigos al capote de Robleño, que volaba a su antojo en otra tarde de vendaval venteño. Manseó sin escrúpulo ante el cite del picador, y así consideró que había aprobado el primer cuatrimestre. A continuación, se presentó en banderillas con el temario aprendido y la cuadrilla pasó las de Caín. Y cuando Robleño tomó la muleta, Patoso, tal era su nombre, estaba preparado para el examen final con todos los honores.

El mal rato que pasó el torero para su historia queda. Primero, buscó el mejor terreno, como si en la geografía estuviera la solución del problema. Comenzó en el sol, volvió a la sombra y acabó en el sol y sombra, y todo ante un toro con muy malas pulgas que lo miraba sin que quedara claro si estaba estudiando al hombre o radiografiándolo. Se negaba a pasar y cuando lo hacía, a regañadientes, se revolvía con celeridad e intenciones de lanzarlo al espacio. Sufrió Robleño un par de desarmes, erró repetidamente en la suerte suprema, no ganó para muletas, pero salió con vida del peligroso envite. ¿Y el toro? Sobresaliente cum laude en meter miedo.

Hay que tener mucho valor —o necesidad en grado sumo— para anunciarse con este tipo de corridas. No está claro si se busca la gloria o llegar al hotel sano y salvo, y con la conciencia tranquila. No son toros para la lidia moderna ni para el aficionado ni el espectador de hoy. Son la antítesis del toro artista; es el toro primitivo en estado puro, que sabe y aprende con rapidez, conoce pocas lecciones de nobleza y vende cara su vida.

Más desahogado pudo estar, no obstante, Robleño ante el cuarto, de mejor condición que su hermano de camada, pero de corto recorrido y pensamiento impuro, al que le robó un manojo de muletazos de calidad, fruto de la hombría torera del madrileño -que es mucha- más que de la casta de su oponente. No fue faena de oreja, como algunos pidieron, pero sí indicativa del pundonor y la categoría de un torero con mayúsculas.

De rodillas en los medios recibió Gómez del Pilar a su primero. Heroicidad se llama eso después de haber visto el juego del primero de la tarde. Salió con bien del compromiso y aún pudo trazar algunos capotazos que elevaron la tensión del festejo. El toro acudió de largo al caballo y empujó en los dos encuentros, pero, descontento con su aparente bravura, se dispuso a pasar a la historia con un tercio de banderillas para el recuerdo de la cuadrilla. Esperó, midió, cortó, recortó, persiguió y acongojó con toda la razón a los toreros, que a duras penas pudieron dejar en su lomo cuatro garapullos.

Cuando Gómez del Pilar lo citó por primera vez con la muleta se llevó la mano izquierda al cuello de la camisa, detalle suficiente para adivinar que no le llegaba al cuerpo. Aguantó coladas, se colocó en el sitio justo, tragó saliva y quedó como un tío en un mar de dificultades.

Y volvió a arrodillarse en el mismo sitio a la salida del quinto, un auténtico pavo con dos perchas de miedo. Volvió a demostrar Del Pilar que le sobra valor. Bravo fue el toro en el piquero, y con fiereza inició su paso por el tercio final. Otro experto en radiografías, no embestía antes de hacer un escáner del torero, al que le complicó la vida de principio a fin.

Y grande, muy grande, el más joven, un aguerrido Ángel Sánchez, que se jugó materialmente los muslos ante el tercero, y pudo incluso lucirse en algunos compases por ambas manos. Ante el sexto, el más blando, se justificó sobremanera. Merece mejor suerte este torero.

Saludaron Raúl Ruiz, Fernando Sánchez, Iván Aguilera y Pedro Cebadera en una tarde ingrata en la que todos los toreros -inmenso Iván García en un par y con el capote- rayaron a gran altura.

Toros de José Escolar, bien presentados, cumplidores en los caballos —bravos, segundo y quinto—, descastados, deslucidos, broncos y peligrosos. 
Fernando Robleño: cuatro pinchazos —aviso— dos pinchazos y cuatro descabellos (silencio); estocada —aviso— y un descabello (petición y vuelta).
Gómez del Pilar: —aviso— pinchazo y media (ovación); pinchazo, media tendida —aviso— y un descabello (ovación).
Ángel Sánchez: casi entera tendida (ovación); casi entera tendida —aviso— y un descabello (palmas).
Plaza de Las Ventas. 28 de mayo. Decimoquinta corrida de feria. Tres cuartos de entrada (18.024 espectadores, según la empresa).

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