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Alberto Lamelas, al natural

Antonio Lorca.- El toro huele a podrido. Hasta cinco fueron devueltos a los corrales, los tres primeros, correspondientes al hierro titular y dos sobreros, y todos ellos, a excepción de uno que se partió un pitón en su encuentro con el caballo, lo hicieron por su manifiesta invalidez. Los tres de Peñajara salían al ruedo, daban un par de vueltas para otear el ambiente y, cuando no habían recorrido más de cincuenta metros, se despanzurraban en la arena una y otra vez. A los tres que se lidiaron les había picado el mismo mosquito, de modo que solo la cabezonería del presidente los mantuvo en el ruedo, pero estaban tan lisiados como sus hermanos. El mismo camino a los corrales siguió el sobrero de Torrealba, otro que tampoco se tenía en pie.

A fin de cuentas, lo sucedido es una prueba más de que algo extraño y oscuro ocurre en la ganadería brava. No me digan que es normal que toros en la madurez de su vida, en plenas facultades físicas, bien alimentados y vigilados sanitariamente, salen al ruedo, dan dos paseos, se les pone cara de aguardientosos, les tiemblan las manos y se derrumban a todo lo largo de su cuerpo sin rubor alguno. Normal no es. ¿Entonces…? Ah… Misterio.

Si se es bienpensante, hay que sospechar que los toros de Peñajara estaban enfermos, pero como el mundo del toro es un coto cerrado, incomunicado, plagado de secretos y medias verdades, cada cual es libre de pensar lo que quiera ante un comportamiento tan deleznable. Lo evidente es que el espectáculo de ayer fue un lamentable engaño a los espectadores, que asistieron a un desfile de tullidos, lisiados y moribundos cuando había pagado para presenciar una corrida de toros.

¿Habrá ordenado la autoridad el análisis de las vísceras para indagar las posibles causas del general derrumbamiento? ¿Dirá algo la Unión de Criadores de Toros de Lidia? ¿Adoptará el Ministerio de Cutura alguna medida prevista en el famoso e inoperante PENTAURO?

Hubo tres matadores en el ruedo. Víctor Puerto se vio impotente ante el inválido primero, y sorteó los gañafones del marrajo del Conde de la Maza. Eurgenio de Mora se puso delante, primero, de otro enfermo, y destacó por su valentía y entrega ante el dificultoso quinto, al que robó muletazos estimables con más ilusión que técnica.

Lamelas tenía claro que la tarde era su oportunidad y lo intentó con todas sus fuerzas; muy decidido y voluntarioso con el sobrero de Los Chospes, que le propinó una tremenda voltereta cuando lo citó por bernardinas. Se justificó ante el descastado sexto, alargó en exceso su labor y aburrió.

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