1431108371_784553_1431118112_noticia_normalAntonio Lorca.- ¡El Rey, en los toros! ¡Vaya notición! La primera vez que asiste a los toros desde que accedió a la jefatura del Estado. Y qué sorpresa. Primero, porque no estaba anunciada la visita real, y, segundo, porque ya saben que se dice que don Felipe, por educación materna, no es lo que se dice un aficionado de cuna.

Pero, nobleza obliga, y el Rey se presentó en Las Ventas para gozo de todos los presentes, que lo ovacionaron con cariño y agradecimiento. Y ya podrían aprender otros, los que mandan y los que se oponen al mando, que no se dejan caer por una plaza ni por hacer un favor.

Estuvo acompañado el jefe del Estado por el torero reaparecido Eduardo Dávila Miura, dotado de gracia sevillana y animoso de labia, por lo que se supone que haría sus buenas migas con el monarca a fin de que las obligaciones cedan el paso a una incipiente afición.

La verdad es que don Felipe parecía más atento a los avatares de la lidia que a las cuitas de su compañero; habrá que confiar en la capacidad de convicción del torero sevillano. El tiempo dirá…

Tuvo la mala suerte el Rey de presenciar una mansada de libro, pero no debe ser este motivo de espanto, porque eso es lo que soporta habitualmente al aficionado de a pie y vuelve cada tarde con esperanza renovada.

Pero como toda corrida es un caleidoscopio sorprendente, el Rey, que debe ser hombre sensible, tuvo la suerte de ver a tres héroes —ejemplos del tradicional espíritu español, que diría un revistero de antaño, aunque uno de los coletudos es mexicano—, que se jugaron el tipo sin cuento, y no por pleitesía al monarca, sino por algo menos patriótico pero más comprensible: que quieren ser figuras del toreo.

La corrida fue complicada desde principio a fin. Mansedumbre a espuertas, toros que correteaban, perdida la mirada, buscando la puerta de salida, que se frenaban en cada embestida, con el viaje corto, la cara por las nubes y apuntando todo lo que dejaban atrás. Todos, menos el tercero, que se movió con nobleza, broncos, con peligro sordo y del otro e impropios para el toreo de hoy.

Cuando en el ruedo hay toreros con vergüenza y valentía, el asunto cambia, y aunque no sea posible el triunfo, queda el regusto de la torería que no es poco para los presentes, y muy poco, sí, para los actuantes.

Joselito Adame, mexicano de nacimiento, volvió a decir que no viene a este país de paseo. Muy firme en todo momento, seguro, aquilatada la figura, y con el viento en contra, le robó derechazos muy meritorios al dificultoso primero, y dejó claro que, aunque pequeño de estatura, era el jefe de aquel muy astifino marrajo. Incierto y birrioso fue el cuarto y se justificó sobradamente.

Como lo hizo Pepe Moral toda la tarde, con encomiable disposición, inteligente y afanoso. Así, a base de pisar el sitio adecuado, consiguió dos tandas de hermosos naturales en su primero, aunque todo se diluyó con el descabello. Porfión en extremo ante el quinto, otra prenda, con el que tampoco pudo lucir.

Y Juan del Álamo cortó una oreja en su primero, el que más se movió, porque lo citó desde el centro del anillo, y le aguantó hasta tres tandas de muletazos sobresalientes de gallardía; al final, unas ajustadas manoletinas acabaron de calentar el ambiente. El sexto, que no tenía un pase, lo atropelló y casi lo destroza. Quedó hecho un guiñapo, sin respiración y sin aire en el alma, le quitaron la chaquetilla, lo bautizaron de nuevo, y, como es un héroe, volvió a la cara del toro. Todo quedó en una contusión.

Vamos, que los tres le dieron motivos al Rey para que vuelva; y no por la nobleza del cargo, sino por gusto, que es lo bonito.

De cualquier modo, gracias por venir, como decía Lina Morgan.

El Cortijillo / Adame, Moral, Del Álamo

Toros de El Cortijillo y Lozano Hnos, bien presentados, mansos de solemnidad, broncos y dificultosos.
Joselito Adame: estocada (silencio); estocada (silencio).
Pepe Moral: estocada —aviso— y cuatro descabellos (silencio); casi entera —aviso— (silencio).
Juan del Álamo: estocada (oreja con algunas protestas); pinchazo, estocada —aviso— (ovación).
Plaza de las Ventas. 8 de mayo. Primera corrida de la Feria de San Isidro. Casi tres cuartos de entrada. Asistió el Rey desde una barrera del tendido 1.

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