Bolivar_28_5-14

Bolívar, con el primero de su lote de Ibán

Antonio Lorca.- La corrida no fue buena, pero tampoco aburrida; quizá, por la fama de toros fieros y picantes que precede a los de Baltasar Ibán; quizá, por su excelente presentación, o por su prontitud a la hora de acudir a los caballos. Pero no fue buena, porque ningún toro fue bravo, ninguno desarrolló una encastada nobleza, y prevalecieron el genio, la falta de clase, la sosería y la ramplonería.

Todos engañaron de salida con ese cuerpo de toro serio y cuajado, y con esas deslumbrantes cabezas, adornadas por astifinos pitones. Solo el primero humilló en el capote. Casi todos acudieron con presteza a la llamada de los picadores, pero ninguno empujó con los riñones, ni se creció en el castigo, ni se enceló en el peto. Quizá, el segundo, el más deslucido en la muleta, fue el único que cumplió y empujó. Todos sus hermanos cabecearon, hicieron sonar los estribos y salieron sueltos, en clara demostración de mansedumbre. Varios de ellos protestaron en banderillas, lo que quiere decir que se quejaron con enfado evidente de los garapullos. Y ninguno sirvió de verdad en la muleta, tercio en el que predominó la sosería, y la falta de casta y movilidad. Todos ellos, eso sí, a excepción del quinto, que fue un inválido y no se parecía en nada a sus hermanos, mostraron un genio de mil demonios en los primeros tercios y una fiereza mal encauzada que nunca desembocó en nobleza.

A pesar de todo ello, parte del público ovacionó algunos tercios de picar e, incluso, acompañó con honores el arrastre del muy desclasado segundo, y aplaudió con fuerza la mansedumbre del cuarto, que derribó con estrépito y salió suelto en el siguiente puyazo. Es evidente que no son pocos lo que necesitan un curso rápido por correspondencia sobre las claves de la bravura. Y la corrida de ayer, quede claro, no fue brava.

Bravos, sin duda alguna, sus matadores, que, festejo tras festejo, se enfrentan cada tarde a lo más duro del campo bravo. Robleño ya es un veterano curtido en mil batallas en las que ha visto muy de cerca pitones como guadañas que le buscaban el corbatín; el colombiano Bolívar llegó siendo casi un niño y le ha crecido la barba en un espectáculo de gladiadores. El día que este torero se encuentre con un juampedro, si es que alguna vez tiene esa suerte, le dará pena matarlo y se lo llevará a su casa para colocarlo en el mueble bar. Y Pinar, el más joven, ahí sigue buscando un sitio entre tanto peligro.

En fin, que como era tarde de toros afamados, a los toreros se les hizo poco caso. Pues quede claro que hay que ser muy hombre para afrontar un reto como el de ayer, con esos toros con cuerpo de tren e impresionantes cabezas coronadas con largos alfileres.

Y nadie desentonó. Todos, incluidas las cuadrillas, cumplieron con el deber pactado y salieron de la plaza por su propio pie, excepto Alberto Martínez, subalterno de Pinar, que sufrió una probable rotura fibrilar gemelar en su pierna izquierda, de pronóstico leve.

Despertó ilusiones la nobleza del primero, pero se vino abajo con inusitada rapidez; y Robleño, mal colocado casi siempre, solo pudo mostrar deseos de agradar, que no consiguió. Muy parado resultó el cuarto, y el torero llegó a aburrir en su intento baldío de dar la vuelta a una situación irreversible.

Bolívar bailó con la más fea, el segundo de la tarde, de impresionante arboladura, que soltó gañafones en la muleta con toda la mala idea imaginable. El torero, muy serio en su papel, aguantó la lluvia de espadazos que le llegaban en todas direcciones y salió indemne de la desigual batalla; el quinto era un inválido, se desplomó en dos ocasiones y ahí acabó su historia.

Llovía con fuerza cuando Pinar se las veía con la mansa sosería del tercero y nadie le prestó atención; se puso muy despegado ante el desfondado sexto y, al menos, lo mató de buena manera.

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