Antonio Lorca.- Es muy joven, tan solo veinte años, y ya quiere el poder. Como debe ser, en el toreo, al menos. Muchas figuras empezaron a afeitarse cuando ya estaban en la cima. Y ese parece que es el objetivo de Roca Rey.

Ese fue su mensaje claro ante el tercero de la tarde, un toro manso de libro, que buscó desesperadamente una salida desde que pisó el ruedo; salió suelto de cada capotazo, costó un mundo que acudiera a los caballos, un picotazo en cada uno, difícil empeño el de los banderilleros, y le costó al torero dios y ayuda hacerle un quite porque el animal solo ansiaba el abrigo de las tablas.

Brindó Roca al rey Juan Carlos y recibió por alto al toro cobardón, que volvió a poner pies en polvorosa, como quien huye del diablo. Le robó materialmente dos redondos y uno de pecho, pero ahí parecía que se acababa la pelea.

Consiguió llevarlo a los medios, con la esperanza de que el animal perdiera la querencia, que era lo que no quería perder por nada del mundo, y al segundo muletazo ya corrió hacia chiqueros con la vana esperanza de que la dehesa estuviera al otro lado de la tabla rojiza.

Allí, con el toro entregado ya a su destino, Roca Rey se plantó firme en la arena, le mostró el engaño y el animal sacó a relucir una nobleza desconocida, de tal modo que brotó una tanda de hermosos naturales, humillado el toro y fijo en el engaño, largo y hondo el muletazo, que caló en los tendidos. Otra tanda más, valeroso y decidido el torero, en el mismo lugar, y uno de los naturales desbordó grandeza. Otros naturales de frente y una demostración de valor, de técnica y poderío de un chaval que empezó ayer en esto, como quien dice. Una estocada en buen sitio le permitió pasear una oreja de peso.

Fue esa faena una expresión de valor, de toreo de verdad, de suficiencia y ansia de poder. Fue la transmisión de un espíritu joven, entregado e ilusionado con el triunfo.

Era evidente que Roca Rey quiere el poder.

Pero quedaba el sexto, en el que había que confirmar lo anterior y abrir de par en par la puerta grande. Brindó al público, y toda la plaza esperaba esa reacción de figura que sabe que esa es la tarde en la que debe jugarse la vida para atrapar el poder con las manos. Con esa intención comenzó su faena a un toro manso, que brindó al respetable, y con el que no había lucido con el capote. Firmeza en los primeros compases, pero las asperezas del toro deslucen la ilusión inicial, y el torero deslumbrante se muestra comedido, reservado y se retira de la primera línea de batalla. El animal se viene abajo y él también. Y la puerta grande se cierra y el poder se esfuma. Quizá sea el contagio de las figuras actuales: que el poder no está reñido con la comodidad, que queda mucha temporada por delante.

Otra oreja cortó Perera a un toro bondadoso y de humillada y muy dulce embestida, al que hizo una faena bonita, templada, pero no conmovedora. Algunos redondos fueron grandes de verdad, y uno de pecho, largo, largo y duradero. Pero fue una labor inconclusa, sin colofón ni arrebato. Y no fue buena la impresión que dejó en su primero, complicado, con el que ofreció una preocupante sensación de vacío.

El toro bravo de la tarde fue el quinto, Cojito de nombre, con el que se lució el picador Tito Sandoval, que saludó, tras aguantar con maestría las tres acometidas del animal. Acudió alegre y pronto en banderillas y llegó a la muleta con movilidad y codicia. De rodillas lo recibió entonces López Simón, y aceptables fueron las dos primeras tandas en las que brilló más la casta del toro que el temple del torero. Seguidamente, los pases se acortaron, la labor se vino a menos y el madrileño dio la impresión de estar desbordado. Insistió el torero hasta que el animal se cansó, agotado, y le volvió la cara. Tampoco encontró el camino ante el noble segundo, y todo quedó en unos cuentos redondos desmayados que supieron a poco.

Toros de Victoriano del Río, bien presentados, astifinos, mansos —especialmente el tercero—, blandos y nobles. Destacó el quinto por su brava pelea en el caballo, y movilidad y codicia en los otros dos tercios.

Miguel Ángel Perera: estocada desprendida —aviso— (silencio); estocada trasera (oreja).

López Simón: estocada —aviso— (ovación); dos pinchazos, media tendida, descabello —aviso— y tres descabellos (pitos).

Roca Rey: estocada —aviso— (oreja); estocada, dos descabellos —aviso— y el toro se echa (silencio).

Plaza de Las Ventas. Vigésima primera corrida de feria, 31 de mayo. Lleno de no hay billetes. Asistió Juan Carlos I.

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