Antonio Lorca.– Después del susto, la tensión y la emoción de la corrida de Dolores Aguirre, el sereno aburrimiento del encaste Domecq. Después del carácter indómito, la fiereza y la mansedumbre encastada de los toros del domingo, la sosería, la falta de fuerzas y la nobleza tonta de los de ayer. Del miedo de Dolores Aguirre a la tranquilidad de Torrehandilla. Pero esa es la normalidad, la tauromaquia de hoy, la que emociona a los públicos de vez en cuando y duerme a las ovejas tarde tras tarde.

Ayer no hubo suspensión —no se podían devolver las entradas y, en consecuencia, se colocaron los plásticos—, y como la tarde fue un muermo insoportable, el recuerdo buscó refugio en la terna frustrada del lunes que se vistió de luces para lidiar los toros guapos de Partido de Resina y se volvió impoluta al hotel por una más que discutible decisión de los propios toreros y la autoridad, y, al parecer, unos y otros, presionados por la empresa.

Qué pena que siempre paguen los mismos, los más modestos, —¿alguien puede imaginar siquiera que se hubiera suspendido una corrida con tres figuras en el cartel?—, los que no tienen posibilidad de enfrentarse al gran empresario bajo pena de no volver a ver un pitón en lo que les quede de vida torera. Así de dura y triste es para algunos esta profesión.

Vaya un recuerdo respetuoso, pues, para Sánchez Vara, dispuesto a suicidarse en el lodazal si no le garantizaban una oportunidad; Javier Castaño, en horas bajas después del mal trago de su enfermedad, y el francés Thomas Duffau. A los tres les rompieron los sueños de tantos duermevelas por razones, seguramente, económicas.

Y lo dicho: después de la emoción palpitante de los aguirre y el nefasto episodio de la suspensión, el encaste Domecq, otra vez.

El cuarto toro se desplomó a todo lo largo durante la faena de muleta. En vista de que la decisión del animal era dormir una larga siesta, llegaron los miembros de la cuadrilla de Luque y pusieron en marcha el denigrante número de tirarle del rabo. Se levantó el toro a duras penas, adelantó las manos para no volver a caerse y la sensación que ofreció, con la mirada perdida, es que no sabía dónde estaba.

La corrida de Torrehandilla se salvó por los pitones astifinos que todos lucieron, pero fue mansa en los caballos, con las fuerzas muy justas y tan noble como sosona en el tercio final.

¿Y los toreros? Daniel Luque, ya veterano, y dos jóvenes, Galván y Lorenzo, a la búsqueda del triunfo, y no lo encontraron a pesar de que los toros iban y venían con dulzura y movilidad.

Los tres se erigieron en máximos representantes del toreo moderno, ese que concede más importancia a la cantidad que a la calidad, toreo superficial, fuera cacho, en línea recta, muletazos vacíos de contenido…

Así es imposible enardecer a las masas, que es el ingrediente fundamental del triunfo. Luque dejó detalles a la verónica y un largo natural en su primero; Galván, dos buenas estocadas, y Lorenzo aguantó gañafones del tercero y no se entendió con el sobrero, el mejor de la tarde.

Cuatro toros de Torrehandilla y dos -cuarto y sexto- deTorreherberos, descarados de pitones, astifinos, mansos, sosos y nobles. El sexto, devuelto y sustituido por uno de Virgen María, mal presentado, bravucón y noble.
Daniel Luque: pinchazo hondo —aviso— y un descabello (ovación); pinchazo y estocada caída (silencio).
David Galván: estocada (ovación); estocada —aviso— (silencio).
Álvaro Lorenzo: —aviso— bajonazo descarado (silencio); pinchazo —aviso— y estocada (ovación).
Plaza de Las Ventas. Vigésimo segundo festejo de la Feria de San Isidro. 29 de mayo. Media entrada (14.171 espectadores, según la empresa).

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