Perera_Hombros

Salida a hombros de Perera

Antonio Lorca.- Desplegó un toreo de quietud y riesgo, del que sobresalió el temperamento, la valentía, la esencia y el aroma. Fue una demostración de técnica abrumadora, de deslumbrante suficiencia, de enorme verdad. Insultante fue su poderío, desmedida su ambición y desbordante su personalidad. Por eso, el fin de la historia fue llegar a la calle de Alcalá a hombros de entusiastas aficionados.

En fin, que cuando un torero como Miguel Ángel Perera llega dispuesto a todo para alcanzar el triunfo, no hay adjetivos para calificar lo que fue una actuación completísima de principio a fin, y ante dos toros exigentes que requerían un torero con los pies muy asentados, las ideas muy claras, el conocimiento profundo y un corazón grande. Ese fue ayer este torero extremeño que confirmó que su decisión es permanecer en la cumbre del toreo, a la que ya se encaramó el pasado día 23 con un primer triunfo incontestable.

Es verdad que el último toro fue el de más calidad de los complicados adolfos, todos ellos distraídos, regateadores, de corto viaje, de apagada casta y escasa duración; pero ese sexto, que había cabeceado en el caballo y acudió sin brío a los banderilleros, se destapó ante la muleta poderosa y templada de un torero que le mostró el camino de la embestida larga. Brindó al público y los comienzos de faena fueron titubeantes, pues aunque el toro repetía, el diestro no encontraba la colocación adecuada. La historia comenzó a continuación: un tornillazo del toro avisó de que no estaba dispuesto a permitir errores; Perera bajó la muleta, plantó las zapatillas y tiró de la embestida en una tanda de redondos que crujieron en toda la plaza. Continuó por ese lado y confirmó las expectativas. Extraordinarios fueron, después, los naturales, ligados en un palmo de terreno, y otra tanda con la zurda, extraordinaria, el toro embebido, rematada con dos largos pases de pecho. Con la plaza rendida, cobró un estoconazo que puso al noble toro patas arriba. La plaza, conmocionada ante el faenón, se pobló de pañuelos y el presidente concedió las dos orejas y un nuevo pase para la gloria torera.

Ya había avisado Perera en su primero, de corto viaje y propenso al tornillazo, al que robó un par de naturales a base de arrestos después de que una voz del tendido le avisara, con razón, de que citaba despegado y con pocas apreturas.

El otro noble de la tarde le tocó en quinto lugar a Diego Urdiales, pero al toro le faltó el empuje necesario para cerrar una faena de éxito. Tuvieron sabor los primeros apuntes con ambas manos y, especialmente, el toreo de frente, —dos tandas por la izquierda y otra por derecha— que llegaron a los tendidos con menos clamor del esperado por la falta de ligazón que el animal no propició. Sobraron la ovación al toro en el arrastre y la división de opiniones al torero, que tuvo detalles de enorme calidad. El otro se dejó toda la fuerza en el picador y llegó al tercio final sin resuello.

Menos suerte acompañó a Ferrera, torero en sazón, que se las vio, primero, con uno que regateaba y le buscaba los tobillos; y después con un inservible descastado. Y puso banderillas con más espectacularidad que brillo, como es habitual.

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