Fandiño_4-6-14

Iván Fandiño, al natural

Antonio Lorca.- Las figuras no se recatan ni porque esté el rey de España delante. Con la de toracos que han salido esta feria y llega la muy importante corrida de la Beneficencia y se aprueban seis toretes que podían salir en cualquier plaza de este país; y encima con las fuerzas tan justas que casi todos rondaron el certificado de invalidez absoluta; y con poca casta, para más inri. Alguno derrochó nobleza, como el primero de El Juli, que era una auténtica milhoja, y otro, como el sexto, resultó violento.

En suma, que hubo dos orejas, que debieron ser una, pues el presidente debiera explicar por qué se la concedió a El Juli si no había manifiesta mayoría de pañuelos; algunos quites de calidad, que, al fin y a la postre, fue lo mejor de la tarde; un par de tandas de naturales de Fandiño y un tercio de banderillas de categoría a cargo de Juan José Trujillo.

No se le puede negar a El Juli su capacidad, su suficiencia y su inteligencia. Y no se puede entender cómo algunos aficionados se empeñan en reventarle la tarde antes de que coja los trastos; pero no es menos cierto que él y su equipo se encargan de elegir toros a modo con los que pueda desarrollar una tauromaquia que, al menos, en esta plaza queda en entredicho.

Recibió a su primero con primorosas verónicas, ciertamente, y se lució en un quite en el que combinó chicuelinas y tafalleras; el animal, blandito donde los haya, llegó a la muleta sin aire en los pulmones, pero con una bondad que daba penita verlo. Y El Juli le hizo una faena larguísima, sin cruzarse nunca, en la que se igualaron los pases insulsos con algún natural estimable y uno de pecho enorme de pitón a rabo. Y siguió dando pases en una labor que parecía eterna, hasta que se perfiló y cobró un estoconazo hasta la bola, que hizo que aquel proyecto de cadáver andante quedara inmediatamente muerto. Pocos pidieron la oreja, y el usía, sorpresivamente, la concedió.

Hasta dos quites hizo a su segundo, por chicuelinas ajustadas el primero, y tres verónicas y media de categoría el otro. El toro no tenía calidad, y su labor con la muleta fue destemplada y despegada, pura baratija, e impropia de su categoría.

Llegó Fandiño con una magnífica carta de presentación. En el primero de su compañero El Juli se echó el capote a la espalda y se jugó las femorales en unas gaoneras en las que los pitones del toro rozaron la taleguilla, que quedaron manchadas de sangre del animal. Y la plaza dijo: sí señor. Después, se apagó momentáneamente durante la lidia de su primero, al que no llegó a entender ni con el capote ni con la muleta. A galope tendido acudió el toro desde las tablas en el primer cite del torero, que estaba en el centro del ruedo. Aguantó con estoicismo la llegada del tren y la tanda resultó desigual. La verdad es que no llegaron a entenderse toro y torero; el primero, por su poca clase, y el señor vestido de luces porque se empeñó en tomar ventajas, y eso queda muy feo.

Tardó en entender al quinto, violento y acelerado en los primeros compases, de tal modo que no conseguía ahormar la embestida. Por fin se decidió a tomar la izquierda y por esa mano, con la figura bien plantada y la muleta por delante, surgieron dos tandas de naturales largos, hermosos y auténticos, que fue de lo más celebrado. Unas bernardinas ajustadas calentaron el ambiente y propiciaron la concesión de un trofeo ganado con esfuerzo; sobre todo, después de que sin mérito lo paseara El Juli. Además, en la vuelta le regalaron dos pollos, que no es mal regalo tal como están las cosas.

Una verónica y media en el segundo toro de la tarde fue lo más meritorio de un Talavante con cara triste. Tras una pésima lidia a su primero, se mostró superficial ante un soso oponente, y no fue capaz de domeñar la violencia y bronquedad del sexto.