Antonio Lorca.- ¡Qué mérito el de estos toreros, los de oro y los de plata, héroes todos ellos sin el reconocimiento que merecen! ¡Qué miedo desde el tendido! ¡Qué durísima la corrida de Saltillo! Toros de otro tiempo para toreros de hoy; toros de otra época para una tauromaquia basada en imposibles redondos y naturales. ¡Qué exigencia la de algunos con estos hombres, cuyo gran triunfo fue salir ilesos de una guerra sin cuartel! ¡Qué tarde de sustos, de quites providenciales, de peligro cantado, de cornadas milagrosamente esquivadas, de miradas aviesas, de carreras,…! Estos toreros, modestos los tres, desconocidos para la mayoría —hubo la peor entrada de la feria—, y sus cuadrillas se ganaron el respeto y el homenaje de todos los aficionados de bien. Hay que tener auténtica necesidad para anunciarse con este hierro y muchas agallas para no salir huyendo de la plaza con cualquier excusa.

Más que toros, los ejemplares de Saltillo parecían tigres; y más que embestir, atacaban con la misma estrategia que los depredadores de los documentales de La 2. Estudiaban a su presa con milimétrica precisión, en el momento justo, en el terreno adecuado; se hacían los dormidos ante los engaños y asaltaban con fiereza y sangre fría cuando veían al hombre a su alcance.

Toda la corrida fue un puro sobresalto, pero la lidia del sexto de la tarde quedará para siempre en el recuerdo. Saladora se llamaba el toro, y fue uno de los más complicados desde hace muchos años en esta plaza. De seria estampa, como toda la corrida, permitió de salida un par de capotazos de un valentísimo Ritter. Pero pronto se orientó el animal y se hizo el amo del ruedo. Acudió tres veces al caballo y su pelea fue de manso consagrado. Tomó aire para el tercio de banderillas y apretó con auténtico encono a Rafael González y Pascual Mellinas, que pasaron un verdadero quinario. Y el matador se libró de la cornada de auténtico milagro. Lo fotografiaba el toro de arriba abajo, esperó paciente hasta que lo tuvo a tiro y lo persiguió por toda la plaza hasta que lo alcanzó y lo arrolló contra las tablas. Parecía imposible que no lo hubiera herido.

Fue una tarde de quites providenciales: por ejemplo, el de Pascual Mellinas a Juan Manuel Arjona, prácticamente cogido tras clavar un par de banderillas al segundo; o el de Alberto Carrero a Curro de la Rosa, en el tercero, y otros muchos que se han perdido en la muy oscura nebulosa de la corrida.

Pero al primero, lo que son las cosas, se le dio una muy protestada vuelta al ruedo tras una incomprensible decisión presidencial. Ciertamente, llamó la atención la alegría con la que acudió al caballo en tres ocasiones, pero en ninguna de ellas hizo una pelea de toro bravo. Empujó de costado en la primera y derribó, y cabeceó en demasía en las otras dos. Perdió las manos en banderillas y llegó a la muleta con cierta clase y nobleza. Su larga agonía —se levantó dos veces de la arena con una estocada dentro— hizo que parte del público pidiera el premio de la vuelta, que el presidente concedió en una decisión claramente errónea.

Con ese toro demostró Octavio Chacón que merece más y mejores oportunidades. Bien plantado, con las ideas claras, mucho oficio y un buen concepto del toreo aprovechó la calidad de Asturdero para apuntar hondura con el capote y dibujar un par de tandas de redondos templados y hondos que supieron a gloria. Alargó la faena y la oreja que quizá se había ganado se diluyó en el tiempo.

Más dificultoso fue el cuarto (Vicente Ruiz sintió los pitones en las mejillas en el primer par y clavó un segundo extraordinario), y Chacón volvió a estar muy dispuesto y con el desparpajo suficiente para salir airoso de tan difícil trance. Muy bien en sus dos toros y como director de lidia.

Mal lo pasó Esaú Fernández. Torea poco y no es torero para este tipo de corridas. Duro de pelar al segundo y peor el quinto, con el que pudo escuchar los tres avisos.

Y valiente y muy entregado Sebastián Ritter. Le robó tres airosas verónicas a su primero, se dobló después con él con suficiencia, sufrió un desarme, el toro lo miraba y perseguía con malas intenciones pero nunca le perdió la cara. Y ante el sexto sufrió de lo lindo, como un héroe siempre, y llegó intacto al hotel, que no es mal premio en tarde tan peligrosa.

Toros de Saltillo, bien presentados, muy mansos, durísimos, broncos e imposibles para el toreo moderno; al primero se le dio la vuelta al ruedo muy protestada, acudió con alegría a caballo, donde hizo una pelea muy desigual y tuvo clase en la muleta.

Octavio Chacón: estocada —aviso— (vuelta al ruedo); estocada (ovación).

Esaú Fernández: pinchazo y estocada (silencio); cinco pinchazos, media tendida —aviso—, cinco pinchazos —2º aviso—, estocada (algunos pitos).

Sebastián Ritter: estocada —aviso— (ovación); pinchazo, estocada, un descabello —aviso— un descabello y el toro se echa (ovación).

Plaza de Las Ventas. Vigésimo octavo festejo de la Feria de San Isidro. 4 de junio. Media plaza (11.191 espectadores, según la empresa).

A %d blogueros les gusta esto: