Antonio Lorca.– Mientras la sombra aplaudía a rabiar, el sol gritaba «fuera del palco». Los primeros vitoreaban al torero y los otros se acordaban con educación de la estirpe del presidente. Pasaba el reloj de las ocho y cuarto y Las Ventas era un hervidero mientras Miguel Ángel Perera paseaba las dos orejas. Cuando se apagó el fervor, el usía escuchó una bronca de campeonato. ¡Bendita polémica que siempre acompañó a las grandes tardes de toros!

Lo curioso del asunto es que el culpable de tan grande algarabía no estaba allí. Desde hacía un par de minutos yacía ya sin vida, a pocos metros, en el desolladero, en manos de los habilidosos carniceros.

Pijotero se llamó, de 549 kilos de peso, de la ganadería de Fuente Ymbro, un toro castaño de auténtica bandera. No se le concedió, injustamente —ese sí que fue un pecado presidencial— la vuelta al ruedo, pero ya goza, sin duda, de la gloria que merecen los toros de verdad; de bella estampa, astifinos pitones, veloz en los primeros compases, alegre y pujante en el caballo, alegre y largo y banderillas, y un espectáculo en la muleta. Así fue Pijotero, aunque el que se marchó por la Puerta Grande fue su matador, Perera, que estuvo a la altura de su oponente en los primeros compases de la faena, pero no alcanzó el clímax para pasear con todos los honores los máximos trofeos. Pero el triunfalismo reinante, el público bullanguero y la extrema generosidad del presidente se lo llevaron en volandas.

Perera se mostró muy dispuesto en las verónicas de recibo, ganando terreno en cada una de ellas. Pijotero empujó con los riñones al caballo, humillado siempre, galopó en banderillas, y mientras el torero brindaba al Rey don Juan Carlos, el toro esperaba impaciente en los medios.

Hasta el centro del anillo se dirigió el torero y, desde allí, a no menos de veinte metros de distancia le enseñó la muleta. El toro la vio y acudió como un rayo a su encuentro con profundidad en la embestida, fijeza y un ritmo espectacular. Y así sucedió hasta en tres ocasiones, en las que se lució con un toreo largo y hondo, encimista, a veces, que quizá que emborronó la deslumbrante imagen de un toro de encastada nobleza y un torero en sazón.

Por el lado izquierdo ya nada fue igual. Acudió el animal con la misma calidad, pero con menos acometividad. Y otra tanda final hubo por la derecha en la que ‘Pijotero’ buscó la pañosa con verdadera fruición.

Pero la faena había sido larga en exceso. Y lo bueno debe ser breve, necesariamente. El toro era un atleta extraordinario, pero no una máquina. Cuando Perera montó la espada estaba claro que la faena era de una oreja por su erróneo empecinamiento, pero los pañuelos y el presidente decidieron lo contrario.

Ese toro fue el verdadero triunfador de la tarde aunque en este momento cuelguen sus carnes en un pincho y pronto se coman su rabo en un estofado. Pero ni los despojos ni una sabrosa salsa harán olvidar que guardaron el alma de un toro bravo, creador de emoción, gozo y belleza.

Hubo más toros de triunfo, pero no hubo toreros. Bueno, hombres de luces, sí, pero el fulgor de sus trajes no transmitieron la claridad de sus corazones.

Finito -casi 28 años ya de alternativa- enseñó pronto sus credenciales. Vino a ‘verlas venir’; que quiere decir a esperar un toro de carril que le permitiera expresar lo mucho, que, supuestamente, lleva dentro. De buena condición fue su primero, pero el torero se perdió en probaturas y precauciones, despegado, fuera cacho, vistoso en los adornos y vacío en el toreo. Y ante el cuarto fue un torero a la fuga, afligido y desfigurado.

La plaza recibió con una ovación a Urdiales cuando se rompió el paseíllo, pero el riojano no respondió a las expectativas. Dificultoso pareció su primero en sus manos y la labor fue altamente monótona; el quinto levantaba la cara y el torero escondió su alma hasta más ver.

Toros de Fuente Ymbro, bien presentados, astifinos, bravos y encastados, especialmente el tercero, de calidad suprema en todos los tercios. El sexto, blando y descastado.

Finito de Córdoba: pinchazo y bajonazo (silencio y algunos pitos); pinchazo, estocada y descabello (pitos).
Diego Urdiales: pinchazo, estocada -aviso- y cuatro descabellos (silencio); pinchazo y media estocada (silencio).
Miguel Ángel Perera: -aviso- estocada trasera (dos orejas); pinchazo y media (silencio). Salió a hombros por la puerta grande.
Plaza de Las Ventas. 15 de mayo. Segunda corrida de feria. Asistieron el rey emérito y la infanta Elena. Lleno de «no hay billetes» (23.624 espectadores, según la empresa).

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