Antonio Lorca,. La tarde era plomiza, plúmbea, soberanamente aburrida… Se estaba lidiando el quinto toro y no había sucedido nada que llevarse a la memoria. Un fracaso sin paliativos de la primera corrida torista de la feria, los toros de La Quinta, de bonita lámina, astifinos, pero henchidos de carne fofa y animal de carnicería, sin resto alguno de casta, de bravura, de nobleza…

La tarde era un sopor y un dolor, ya abandonada por los ejércitos de turistas orientales que se largan a las ocho porque les espera el bufé del hotel. El público ya no sabe cómo ponerse para evitar la incorregible dureza de la piedra, poco aliviada por la almohadilla en tardes olvidables.

Y es en ese momento, cuando el caballo de picar busca la puerta del callejón y la cuadrilla se prepara para el tercio de banderillas, cuando surgió una voz popular, que dijo: “Tengo gin-tonic, señores”.

El anuncio fue como una brisa de aire fresco, y las miradas buscaron al protagonista de tan acertado aserto como si vendiera un bálsamo para la desesperación.

¿Pero, está permitido vender alcohol en los toros?, pregunta el invitado casual y amante del fútbol. Y le responde un aficionado rancio, vaso de tinto en la mano derecha y fina loncha de jamón y un piquito de pan en la zurda: Amigo, si no fuera por el alcohol, dígame usted quién demonios aguantaría esto…

No fue para tanto. Espectáculos tan anodinos se aguantan por afición, por veneno, porque te han regalado la entrada y está feo hacer mutis antes de tiempo, y, sobre todo, porque la esperanza nunca se pierde en una tarde de toros.

Pero ayer se perdió; acabó como comenzó, como un bochorno.

Ya lo dijo el primer toro desde que pisó el ruedo venteño. Bonito de hechuras, pero sin fuerzas, sin codicia, sosísimo, cansado, sin ganas de fiesta, como adormilado, inútil, desesperante. Y el segundo y el tercero, y toda la corrida. Alguno como el tercero metió la cara al capote de Morenito, y la voz de un aficionado nada bebido dio en la tecla: “Hay que cuidar al toro”. Mala cosa si hay que cuidar a un santacoloma, pero acertó. Tuvo tiempo el torero de dibujar varias verónicas apasionadas y una media de cartel, y ahí acabó todo. Cabeceó el toro con genio en el caballo, no hizo caso en banderillas y llegó al tercio final parado y sin vida, vencido desde que nació, aunque nadie lo había aventurado.

Y fue el sexto, el segundo de Morenito, el que despertó la ilusión última. Acudió con presteza y alegría al encuentro con el picador, Francisco José Quinta, que afrontó con torería el envite, aunque el animal salió suelto en la segunda vara; permitió que José Manuel Zamorano se luciera con los garapullos, e impidió que hiciera lo propio su lidiador muleta en mano. Repitió con calidad al inicio de faena, pero pronto se tornó dificultoso, levantó la vista, se orientó y no facilitó la labor de un torero moderno, poco ducho en el picante.

Peor suerte tuvieron Juan Bautista y El Cid; ambos se las vieron con lotes nada propicios, pero no por su peligrosidad, que se supone que también, sino por la manifiesta falta de casta de sus oponentes, acobardados, sin recorrido, sin brío, sin ganas…

Aun así, El Cid brindó al público la muerte de su primero, como también hiciera Morenito con el tercero. ¿Por qué? ¿Para qué? Y la realidad les contestó al momento: o no habían visto al toro o trataban simplemente de coger ánimo del aire de la plaza.

El Cid ya no es un jabato, pero tampoco ese primer toro suyo era ‘Orgullito’. Mira y descentra al torero, lo desarma, se deja robar unos muletazos y, cuando le viene en gana, se cansa y se va a tablas.

Y de la misma condición era el quinto, el que propició la ruptura del silencio a cargo del vendedor de bebidas. No era fiable el animal, pero tampoco el torero estaba pletórico de corazón, y su imagen bajó unos enteros porque dio la sensación cierta de incapacidad ante la dificultad.

Tampoco superó la prueba Bautista, hierático, frío, glacial a veces, con escasas dotes de comunicación con el público, pero víctima, también, de la probona, incierta y amorfa embestida de sus toros.

Lo dicho: “Tengo gin-tonic, señores”.

Toros de La Quinta, bien presentados, astifinos, blandos, mansos y muy descastados; el último acudió al caballo con alegría.
Juan Bautista: estocada baja y perpendicular y un descabello (silencio); buena estocada (algunas palmas y saluda).
El Cid: estocada muy trasera y dos descabellos (silencio); estocada (silencio).
Morenito de Aranda: media baja, un descabello —aviso— y cuatro descabellos (silencio); tres pinchazos —aviso— pinchazo hondo, tres descabellos —2º aviso— y un descabello (silencio).
Plaza de Las Ventas. Segundo festejo de la Feria de San Isidro. 9 de mayo. Casi tres cuartos de entrada (15.032 espectadores, según la empresa).

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