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Martín Burgos, en acción

Antonio Lorca.- El cartel tenía sobre el papel muy escaso atractivo, lo que se notó en la taquilla y en los resultados artísticos del festejo, pues no hubo ni una vuelta al ruedo. De hecho, la plaza no se animó hasta que salió el quinto, al que esperaba en chiqueros un joven Joao Moura hijo, que se mostró muy animoso y certero con los rejones. Templó muy bien y conectó rápidamente con los tendidos, si bien el pinchazo final y tres descabellos le impidieron pasear el trofeo que se había ganado por sus méritos. Tampoco triunfó el último, Francisco Palha, que despertó todas las ilusiones con un rejoneo más actual y ceñido con arpones y banderillas. Uno de sus caballos se cayó en la cara del toro y éste, sorprendido, mostró su bendita dulzura. Mató muy mal y todo quedó en silencio.

La verdad es que la corrida de rejoneo fue una invasión portuguesa en toda regla, pues cuatro caballeros y hasta la ganadería son originarios del país vecino. El paseíllo, con los caballeros y caballos vestidos a la federica, -un auténtico enjambre de floripondios- más bien parecía una exhibición ecuestre en el palacio de Versalles que una corrida de toros en Madrid. Y otro asunto más importante: los intervinientes, los nacionales y los extranjeros, pertenecen a la segunda división del rejoneo, lo cual tiene, necesariamente, su repercusión en el balance final. Estos toreros están unos peldaños por debajo de las figuras, y eso se nota.

Abrió plaza un representante patrio, Martín Burgos, ante un toro muy manejable y de suave embestida, como toda la corrida, al que clavó rejones y banderillas desde la distancia máxima que le permitía el brazo derecho, no a la grupa, sino más allá. Templó bien y se lució con un par de garapullos a dos manos que le salió de dulce.

Le siguió Rui Fernandes, que destacó con un caballo llamado Único, torero y valiente, que se dejó llegar el toro muy cerca. Se mostró lento y pesado en la preparación de las suertes y falló, como casi todos, con el rejón de muerte.

El joven y apasionado madrileño Mariano Rojo, desbordante de ímpetu, llegó con facilidad a los tendidos, pero clavó siempre a la grupa, aunque su actuación fue de las más espectaculares de la tarde.

El toro de Moura Caetano se derrumbó en el tercio de banderillas y su escasa codicia quedó de dulce para que el rejoneador se confiara y clavara, el único de los seis, banderillas al estribo, que es como manda la ley que todos incumplen. Se mostró muy premioso en la ejecución de las suertes y se animó solo; tanto que inició una vuelta al ruedo por su cuenta de la que desistió en el primer burladero que encontró.

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