Antonio Lorca.– Finalizado el paseíllo, se desplegó una gran pancarta en el tendido 7 que rezaba así: «Fernando Cuadri, gracias por todo». Inmediatamente, la plaza entera prorrumpió en una ovación al ganadero, quien se vio obligado a levantarse de su asiento para agradecer el gesto de cariño después de toda una vida dedicada a la crianza del toro bravo.

Fue esa la ovación más emotiva y más cerrada de toda la tarde. En realidad, fue la única, porque sus toros le hicieron una faena gorda a su dueño el día que se despedía de esta plaza tras la decisión que dejar la dirección de la ganadería a sus sobrinos.

La pancarta del tendido 7 era el homenaje de la afición a un sabio del toro; un hombre honesto que ha destacado por su conocimiento, su sinceridad y su tremenda valentía a la hora de enjuiciar el momento de su hierro o el juego de sus toros. Ayer mismo, preguntado por la corrida celebrada en Madrid, no tuvo empacho en reconocer que ha sido, quizá, una de las peores que ha lidiado en esta plaza. Se va de la primera línea un verdadero catedrático del toro bravo —escucharlo ha sido y seguirá siendo una auténtica delicia—, porque sus razonadas argumentaciones son verdaderas lecciones sobre la crianza de este animal misterioso y sorprendente.

Merecía, sin duda, Fernando Cuadri una mejor despedida de Madrid, pero el toro no sabe de emociones ni de agradecimientos. Y los que el ganadero eligió con mimo para esta feria han fracasado estrepitosamente, prueba cierta de la extrema dificultad que entraña criar un toro para la lidia.

Una corrida con muchos kilos —de 570 a 642—, muy seria, con mucho cuajo, grandotes, de impresionante lámina, pero mansa en el caballo, siempre con la cara por las nubes, reticente en banderillas, y parada —muy agarrada al piso—, con el motor de la casta gripado, sin fondo y vacía, en el tercio final.

Solo el quinto, al final de una meritoria labor de López Chaves, humilló entre la sorpresa general y embistió con claridad en un par de tandas en las que el torero dibujó un manojo de hondos naturales que supieron a gloria entre la desesperación reinante.

Y no hubo más. No se marchitó la esperanza hasta el final, la plaza perdonó el mal juego de cada uno de los toros, pero terminó sin gracia uno de los festejos más soporíferos de esta feria.

Y no fue responsabilidad de los toreros, muy decididos los tres, necesitados, también, de un triunfo, valerosos en todo momento, pero imposibilitados para alcanzar un mínimo de lucimiento más allá de los naturales citados en el quinto.

Solvente y sin apreturas lidió Rafaelillo su lote; pegajoso y de corto viaje el que abrió plaza, y bronco y áspero el cuarto. Los silencios que le acompañaron no le benefician.

Con buen gusto y maneras toreras manejó los engaños López Chaves ante el lote inservible, pero menos malo de la tarde. Solventó las dificultades con sobrado oficio, utilizó el capote con soltura en ambos toros y dejó las pinceladas de esos naturales que quedaron para el recuerdo.

Y Octavio Chacón, tan buen lidiador, se desesperó ante los dos toros imposibles que le tocaron en suerte. Seguro que le pasarán factura, pero quede constancia de que su último cartucho en la feria carecía de pólvora.

Lo mejor de la tarde, la pancarta, el homenaje merecido a un señor del campo: don Fernando Cuadri.

Toros de Cuadri, bien presentados, serios, con muchos kilos y cuajo; mansos en los caballos, descastados, sosos y parados en el tercio final.

Rafaelillo: pinchazo, estocada y un descabello (silencio); casi entera atravesada, tres descabellos y el toro se echa (silencio).

López Chaves: estocada atravesada —aviso— dos descabellos y el toro se echa (ovación); bajonazo, estocada desprendida —aviso— y dos descabellos (ovación).

Octavio Chacón: casi entera (silencio); tres pinchazos, media en los bajos, dos descabellos y el toro se echa (silencio).

Plaza de Las Ventas. 13 de junio. Trigésimo primera corrida de feria. Casi tres cuartos de entrada (16.952 espectadores, según la empresa).

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