Carlos Crivell.- Ferrera fue un héroe al anunciarse con seis de Miura, pero se perdió entre inválidos. El extremeño quiso hacer el toreo moderno, único que permiten los públicos de hoy, a toros sin raza ni fuerzas. Lo mejor su generosidad y las cuadrillas.

Plaza de toros de Málaga, 3ª de Feria. Dos tercios de plaza. Seis toros de Miura, desiguales de persencia, muy flojos, descastados y deslucidos. Mejor por más clase y fuerzas, el 2º. El resto, inválidos sin clase.
Antonio Ferrera, único espada, de verde esmeralda y oro, tres pinchazos y estocada (silencio). En el segundo, estocada trasera y tendida (saludos). En el tercero, estocada (silencio). En el cuarto, pinchazo y estocada corta perpendicular (silencio). En el quinto, estocada caída (palmas). En el sexto, cuatro pinchazos y estocada caída (silencio). Ovación de despedida.

Antes de entrar en el juicio crítico del festejo, por delante de cualquier análisis sobre una pobrísima tarde de toros, debe quedar constancia de la heroicidad protagonizada por Antonio Ferrera al anunciarse en solitario para lidiar y estoquear seis toros de Miura. Es una hazaña que ya queda en la historia del toreo. El extremeño adoptivo asumió el envite aunque sabía sobradamente que la empresa tenía pocas posibilidades de salir airosa.
La miurada fue infame en todos los sentidos. Los toros no exhibieron ni clase ni fuerzas. No fueron ni siquiera peligrosos, simplemente se derrumbaron con estrépito y recortaron sus viajes sobre las manos, de tal forma que el toreo de nuestros días, basado en derechazos y naturales, fue imposible. Ferrera fue tan generoso que puso de largo al quinto y al sexto, que fueron al caballo desde el centro del ruedo, aunque su pelea no fue de toros bravos. Este gesto del matador permitió que tanto Dionisio Grilo como Tito Sandoval mostraran su clase a caballo en dos tercios lucidos.

La generosidad del torero también se puso de manifiesto al ofrecer banderillas a distintos toreros de plata que le acompañaron en la cuadrilla, como David Adalid, Fernando Sánchez, Marcos Galán – ayer buen banderillero y excepcional lidiador -, Javier Ambel y Jaime Padilla. Protagonizaron bien solos o en compañía del jefe de filas los mejores momentos de la corrida. La emoción subió a los límites más altos en el sexto, en el que toda al cuadrilla de Castaño y el propio Ferrera remataron un brillante tercio con cuatro pares de calidad.
Y también fue generoso al permitir que los dos sobresalientes, Álvaro de la Calle y Miguel Ángel Sánchez, tuvieran la posibilidad de entrar en quites. Es decir, Ferrera, por encima de otras circunstancias, fue un torero generoso en su intención de llenar la tarde de contenidos. Si al final el balance es pobrísimo hay que cargarlo en la cuenta de los de Miura, aunque Ferrera acabó desmoralizado ante tanta calamidad como salió por la puerta de chiqueros.

No fue una tarde de toreo de capa. Algunos lances al quinto y al sexto a la verónica, la larga cambiada al quinto, algún quite improvisado para sacar al toro de los caballos, muy poca cosa. No hubos quites artísticos; no podía haber quites ante reses que ya de salida anunciaban su falta de fuerzas y de casta.

En banderillas, salvando esos momentos de emoción cuando invitó a los miembros de sus cuadrillas, tampoco fue una tarde afortunada. La prevención habitual que provocan los de Zahariche frenó las posiblidades de brillantez en el diestro durante toda la tarde.

La faena al segundo fue la más consistente. El toro fue el único que metió la cara con cierto recorrido y clase. Las tandas por la derecha surgieron limpias y ligadas. No lo probó más que una vez con la zurda. La faena tuvo buen aire, pero no el suficiente para provocar la petición mayoritaria tras una estocada habilidosa.

El resto de la corrida fue la historia de un desencuentro lastimoso entre un torero desesperado y una sucesión de inválidos sin clase. Ferrera planteó sus faenas como si los de Miura fueran bravos y nobles. Les puso la muleta por delante para torear con la derecha y la izquierda, pero eso era imposible. Todos los llegados de Zahariche echaron la cara arriba, dieron miles de cabezazos y acabaron hundidos sobre el albero. Es posible que Joselito el Gallo no pudiera dar tampoco buenos pases a los que mató en solitario en su día, pero eran otros tiempos en los que los públicos valoraban la lidia según las condiciones de las reses. Ahora, solo se aplaude el toreo sobre ambas manos. Y la de Miura era para trastearlos por la cara con suficiencia y matarlos bien.

Antonio Ferrera tampoco mató bien. Demasiados pinchazos y cuando enterró la espada fue para dejar estocadas imperfectas con habilidad. Malos toros para un torero rápidamente desencantado con semejantes enemigos. Pero solo el detalle de hacer el paseíllo en una plaza de primera para enfrentarse a seis de Miura es digno del mayor respeto de la afición. Es un detalle de héroes. Ferrera lo fue ante una miurada imposible.

A %d blogueros les gusta esto: