Carlos Crivell.- Corrida Picassiana con un desastre de reses de Algarra, un espanto de Conde, mala suerte en Vega y entonada tarde de Fortes.

JIMENEZ FORTES 21-8-2014 2 - copia

Jiménez Fortes, en el sexto bajo la mirada de Picasso (Foto: Antonio Pastor)

Javier Conde, de blanco, oro y bordados en color, media atravesada y siete descabellos (silencio tras aviso). En el cuarto, media atravesada y descabello (pitos).

Salvador Vega, de gris perla y azabache, estocada trasera y caída (saludos). En el quinto, estocada tendida (saludos tras aviso).

Jiménez Fortes, de verde hoja y oro, estocada atravesada y estocada (vuelta al ruedo). En el sexto, estocada (saludos).

La plaza estaba adornada con pinturas del artista Loren que rememoraban la época azul de Picasso. En las cinco puertas de salida del coso, los ojos del artista malagueño presenciaron la corrida. La mirada de Picasso era triste. Eran esos ojos del pintor maduro cuando su afición a los toros era conocida. La tristeza de esos ojos tenía, sin embargo, un fundamento. El espectáculo denominado ‘Corrida Picassiana’ fue un ejemplo muy real de hasta dónde ha llegado la Fiesta a nuestros días.

Era una mirada triste asombrado por la vestimenta de los toreros, más cercana de lo que se llama goyesco que de tipo picassiano. Solo Javier Conde le hizo el honor en la ropa a su paisano. Jiménez Fortes se vistió de torero moderno. Pero más triste resultaría a los ojos del genial malagueño comprobar hasta qué grado de deterioro puede llegar una ganadería, en este caso la de Algarra, que lidió una corrida hueca, podrida, inservible para cualquier intento de lucimiento. El tópico de corrida descastada se queda corto. Una corrida de retales con cuatro cinqueños y uno de ellos, quinto, a falta de dos meses para los seis años.

Los ojos tristes de Picasso se tornaron aún más inquietantes cuando el torero en el ruedo era Javier Conde, que si es verdad que cumplió con el rito en su terno, fue una sombra huidiza en una tarde de precauciones insuperables. Ocurrió así a pesar de que sorteó un primer toro sin fuerzas aunque muy noble. El toro le dejó ponerse en el sitio, pudo citar y correr la mano, pero las distancias abismales entre el toro y el torero marcaron el ánimo decadente del espada. No tendrá en La Malagueta una ocasión similar para poder expresar su arte. Algún muletazo surgió estético; la compostura fue indudable; todo fue muy pobre.

Perimitó que el cuarto sufriera un castigo brutal en varas. Mucho levantar la mano cuando la vara ya había taladrado las entrañas del burel, en lugar de mandar al piquero a dosificar la violencia del brazo ejecutor. El toro no embistió. Conde, cual caballero de triste figura, se puso del lado del autor del Guernica. Fue un cúmulo de tristezas. La gente se mofó del torero, lo que tampoco tenía mucho sentido.

Muy mala suerte para Salvador Vega. El segundo era muy flojo y se derrumbó en los comienzos de la faena. De los ojos de Picasso parece que surgieron lágrimas por el desagradable espectáculo de un toro bravo tumbado en el ruedo. Después ya no fue toro, más una especie sonámbula sin ganas de vivir. Se había lucido con el capote de salida, como también en un quite por delantales en el cuarto.

El quinto tampoco fue apto para el toreo de nuestros días. El toro cumpliría seis años en octubre y desarrolló fuerzas en el caballo. Todo fue un espejismo, su falta de raza le impidió embestir en la muleta. Vega pasó de puntillas. Mala suerte.

Fortes, con un terno torero de nuestros días, salvó su tarde. Fue el torero de mayor tono del festejo. El tercero, toro muy soso, de embestida cansina, encontró una muleta muy templada en el malagueño en tres tandas con la izquierda. Parado el animal, Saúl toreó en cercanías con sus circulares y arrimones. Faena de mérito con remate defectuoso.

Los ojos de Picasso parecía que tenían mejor semblante a la salida del sexto. Se movió el animal en los primeros tercios y todo apuntaba a que Jiménez Fortes podría concluir la corrida con una faena que, al menos, dejara mejor sabor de boca en los presentes.  Y de nuevo estuvo valiente y templado con un toro de poca duración, que lo avisó varias veces, para de nuevo acabar muy cerca con desarmes y un gesto de rabia incontenida. Ahora lo mató bien. Jiménez Fortes fue fiel a su estilo. Y no hubo percances.

Picasso continuaba allí con su mirada triste. Pudo ver a la gente pidiendo la oreja para Fortes en el sexto. No era procedente. Es probable que la tristeza de una tarde así le haya hecho un daño irreparable. La Fiesta está bajo mínimos. Este espectáculo no era de su agrado. Se ha perdido el aura romántica de otros tiempos. Los toreros ya no se parecen a los de antaño, ni tampoco estos toros y este toreo es atractivo. Picasso se quedó con sus ojos tristes en las pinturas de las puertas de la plaza.

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