Fermín RiveraGastón Ramírez Cuevas. Domingo 26 de febrero del 2017. Decimoséptima corrida de la temporada de la Plaza de toros México. Toros: seis de La Estancia, malos, sosos, mal presentados y mansos. Ninguno tuvo un ápice de bravura.

Toreros: Ignacio Garibay, a su primero le asestó una entera trasera y muy tendida. Luego le descabelló a la primera: palmas. Al cuarto le despachó de tres pinchazos, casi entera y un par de descabellos: al tercio con poca fuerza.

Arturo Macías, al segundo del festejo le mató de una entera sufriendo un achuchón serio pero sin consecuencias: palmas. En el quinto anduvo muy regular con la toledana: tres pinchazos y entera en buen sitio: silencio tras aviso.

Fermín Rivera, al tercero de la tarde le metió una entera habilidosa que no bastó. Vinieron luego seis o siete descabellos: silencio tras aviso. Al que cerró plaza le pinchó de lo lindo hasta que el toro claudicó. Silencio tras generoso aviso.

Entrada: menos de cuatro mil personas en tarde agradibilísima. Un fracaso empresarial en toda forma.

Uno se pregunta después de un festejo como éste qué pretende un supuesto ganadero de bravo mandando al coso máximo gusarapos impresentables. Los toros de La Estancia ni eran toros ni eran bravos. Un coctel idóneo para estrellar a los toreros.
Nos cansamos de ver desfilar a animalitos jóvenes y engordados que, según la pizarra, tenían más de 4 años y medio, y casi 600 kilos. A nadie le importa ya la mentira en el tablero, lo que queremos es bravura, emoción y algo de riesgo. Pues no, aquí hubo lo mismo que en todas las plazas que se respeten, debilidad de mente y de remos de parte de todos los torillos.

Garibay se justificó, en serio. Sobre todo en su segundo, al que le pegó unos naturales de gente muy grande. Nacho exhibió su valor, su arte y su aguante, mas ahí no podía haber ni continuidad ni triunfo grande. Por culpa de los toros, claro. Este torero capitalino es más grande que muchas “figuras” desde el porte. Pero sin toros dignos de ese nombre, ya pueden venir El Guerra, Joselito y Belmonte, y aquí no pasa nada.

Arturo Macías, que tiene carisma y transmisión para dar y prestar, no logró llevar al gato al agua. Ni puebleando en su primero, ni arriesgando en los cambiados a su segundo, consiguió Macías levantar los decaídos ánimos de la exigua concurrencia.
Sabemos que el coleta hidrocálido es pundonoroso, pero para quedar bien hay que torear toros con peligro, algo que el famoso “Cejas” ha hecho hasta en España.

No le iría mejor a Fermín, un torero que cuenta con todo el beneplácito del aficionado serio, del entendido. Hay veces –muchas- en que salen por toriles piedras de las que es imposible sacar agua. Hubo muletazos sueltos cargando y con clase, pero nada digno de escribir a casa, por culpa de la materia prima.

En su primero trató de imponerle algún ritmo a la vaca loca, sin lograrlo. Y en el sexto, el sobrino de Curro Cumbre procuró hacerle faena a un bicho reparado de la vista, disminuido y medio hemipléjico. ¿Eso es lo que le echan a los toreros que pueden molestar a las figuras? ¿Sabandijas enfermas?

¡Vamos bien, ha sido una gran temporada, la más cara del mundo! ¡Viva la nueva empresa! ¡Vivan los cronistas que ven todo color de rosa! Como su seguro servidor…

Lo mejor de la tarde fue ver, camino a la puerta grande, para acceder al embudo de Insurgentes, a un nutrido pelotón de aguerridos granaderos manteniendo a raya a cinco o tres anti-taurinas pagadas, algunas muy guapas, no lo negaremos. ¡Los mexicanos somos la envidia del Planeta de Tauro!

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