Gastón Ramírez Cuevas.– En el papel, el cartel prometía mucho, era probablemente uno de los mejores de la temporada. Sin embargo, la plaza estaba casi vacía. Algún aficionado optimista contó hasta cuatro mil paganos, mientras que un parroquiano catastrofista decía que los asistentes no llegaban a mil quinientos.

¿La razón para tanta desolación en los tendidos? Que la gente prefiere gastarse los cuartos en el fútbol, que hay corrida el próximo miércoles (para la cual aun no se ha dicho qué toros se lidiarán), o que simplemente la pobre Fiesta en México ya no le interesa a ‘naide’, ni al Fuentes.

Digamos de inmediato que el festejo valió la pena porque Antonio Ferrera le echó mucho arte y toda la voluntad posible al asunto.

El primer toro de la tarde fue una decepción. Ferrera estuvo muy bien a la verónica pero desde ahí el animalillo mostró que no tenía ni fuerza ni raza, ni nada. Ya con la muleta, el coleta se arrimó y toreó muy templado con el engaño retrasado. Hubo trincherillas, derechazos sin el ayudado, desplantes, etc. Ferrera exprimió al toro y logró sacarle embestidas sueltas de forma milagrosa. Se le fue la mano a la hora buena y todo quedó en una vuelta al ruedo más que merecida.

El cuarto fue un bicho horroroso de hechuras, flaco, amigable, con algo de fuerza y dócil. Justamente ése es el famoso torito de la ilusión que tanto aprecian las “figuras” de la actualidad. Ahí Ferrera dio un amplio recital de su nueva tauromaquia. No olvidemos que hasta hace dos o tres años, el coleta nacido en las Islas Baleares era más bien bullidor, un gladiador poco dado a la inspiración barroca. El nuevo Ferrera torea con profusión de adornos y se recrea en todas las suertes de capote y muleta.

Cuando la nueva edición de Ferrera se acomoda con un toro, sorprende con arabescos tipo El Pana, o con filigranas al estilo Morante. Así que imagínese, querido lector, lo mucho que puede gustar esa tauromaquia al público de un país que adoró a Silverio y a Manolo Martínez. Pues bien, el de Santa Bárbara tuvo más energías de las que podíamos esperar y hasta ocasionó un caída de latiguillo. Ferrera quitó -de verdad- al toro del caballo caído y le pegó unas chicuelinas que valieron el boleto.

Inició el último tercio en los medios con muletazos de trazo muy firme y un cambio de manos excelente. El toro se dejó torear por ambos pitones durante mucho tiempo, sin evidenciar el más mínimo indicio de peligro.

Antonio pegó naturales amanoletados, derechazos con y sin la ayuda, desdenes, pases de pecho y todo lo que usted guste y mande. Todo fue hecho con cadencia, con ritmo, con quietud, con elegancia, andándole al de negro con torería, y pasándoselo muy cerca.

Ferrera se tiró a matar con fe y cobró una estocada que, al ser efectiva mas no fulminante, le permitió lucir aun más cuando ordenó a los peones que no intervinieran y él se encargó de ayudar al toro a doblar a base de sutiles pases por bajo. La gente estaba loca, tan es así que después de que le fueron concedidas las dos orejas al torero español, pidió y obtuvo un absurdo arrastre lento para el burel. ¡Cuidado con Ferrera! Aquí tenemos a un torero honrado, valiente y de corte artista que bien podría ocupar el sitio de los espadas consentidos de ultramar.

El resto de la corrida fue un conjunto de decepciones.

Jerónimo se las tuvo que ver primero con un toro de Lebrija que tuvo mucho peligro, pues miraba, reservaba la embestida, se frenaba de repente y acababa comiéndole el terreno al torero. La gente le reprochó al espléndido diestro poblano que dudara en varios pasajes de la faena y que jamás se confiara, pero es imposible quedarse quieto frente a un cornúpeta así de taimado.

En el manso quinto Jerónimo intentó agradar, pero la garrapata en turno no era un toro bravo, ni siquiera de lidia. Ahí quedó muy claro que a veces sí hay enemigo pequeño. Nos quedamos con el estoconazo, que en otros tiempos de mayor sapiencia taurina popular hubiera valido una oreja de ley.

El tercer espada, el hidrocálido Juan Pablo Sánchez toreó con esa clase de la que mucho hablan los aficionados, pero su primero fue tan soso y tan débil que aquello fue templar a una carretilla endeble y triste. El sexto capítulo de la función fue patético. Como el ungulado era débil, feo, chico y manso, Juan Pablo fracasó en el intento de sacarle algún pase decente a la sabandija.

Digamos las cosas claras, si el nuevo Ferrera fuera pintor sería Rubens, no Velázquez, sería Juan Bautista Tiépolo, no Tiziano. Pero no por esa falta de profundidad, debemos minimizar su valor y su entrega. No por esa exageración churrigueresca de nuevo cuño debemos perder de vista que torea muy de verdad y sin trampas.

Domingo 9 de diciembre del 2018. Quinta corrida de la temporada de la Plaza de Toros México. Toros: Cinco de Santa Bárbara, feos, anovillados, carentes de trapío, fuerza y pitones. Al cuarto le concedieron el arrastre lento. Uno de Lebrija, el segundo, mejor presentado, fue débil y muy complicado.

Toreros, Antonio Ferrera, al que abrió plaza le atizó una entera bastante baja: vuelta al torero y pitos al toro. Al cuarto lo mató de estocada atravesada y perpendicular: dos orejas.

Jerónimo, al segundo de la tarde le despachó mediante dos pinchazos, bajonazo y cuatro golpes de corta: pitos tras aviso y palmas al toro. Al quinto le asestó una estocada fulminante, de libro: palmas.

Juan Pablo Sánchez, al tercero lo pasaportó de pinchazo, media estocada y un golpe de corta: palmas. Al que cerró plaza le propinó tres cuartos de acero. La estocada fue trasera, caída y tendida: silencio.

Entrada: quizá tres mil personas.

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